Magia, humor y buena memoria son algunos de los ingredientes que hacen de la obra de Roald Dahl una literatura universal. A 78 años de la publicación de su primer libro infantil, “Los Gremlins” (1943), Dahl sigue siendo el favorito de muchos lectores. En estas líneas te invitamos a conocer un poco de su vida y descubrir por qué es un autor imprescindible.

Por Isabel Casar. Licenciada en Artes Visuales y mediadora de lectura.

Roald Dahl nació en Gales en 1916. Sus padres, emigrantes noruegos, lo llamaron Roald en honor a Roald Amundsen, el primer hombre en llegar al Polo Sur. Ese hecho, tal vez, lo dotó de un espíritu explorador que atravesó gran parte de su vida. En su libro Boy (Relatos de infancia), Dahl explica que desistió de la universidad, prefiriendo un trabajo que lo llevara a “un maravilloso y lejano lugar desconocido”, trabajando para una compañía en África. Más tarde, se unió a la fuerza aérea británica, donde en plena guerra mundial empezó a escribir sus primeros cuentos.

"Los Gremlins" (1943) fue su primer libro

Pero su espíritu explorador no se restringió a la geografía y los cielos, sino que esa curiosidad permanente lo hizo experimentar también distintos formatos de escritura, buscando la libertad en novelas, cuentos, biografías, guiones de cine[1] y de televisión. 

Sin embargo, uno de los campos en que más destacó fue el de la literatura infantil. Sus libros, pioneros en traducir la mirada de la infancia, no se limitan a enseñarnos el mundo mediante historias dulcificadas, sino que nos invitan a ser niños rebeldes y traviesos, y a enfrentar la adversidad. Sus protagonistas infantiles son héroes llenos de astucia, valor, generosidad e imaginación, pero sin dejar de lado su lado más juguetón y oscuro.

Con vívidos recuerdos de su infancia y siendo padre de cinco hijos, admiraba la esencia infantil frente a la de los adultos, considerándolos “seres llenos de caprichos y superficialidad”. Sus recuerdos son fuente de inspiración de sus cuentos, lo que genera un efecto universal, una especie de refugio donde distintas generaciones nos hemos encontrado en sus libros, ofreciendo protagonistas queribles por niñas y niños y reemplazando a los detestables niños modelo que abundan en la literatura infantil. De este modo, Dahl es un adelantado en la creación de personajes complejos; astutos y traviesos héroes que todos queremos ser.

Otra constante en sus libros es la ridiculización de los adultos, como podemos ver en Las Brujas, Super zorro, Los cretinos y Matilda. En general, los adultos de los cuentos infantiles de Roald Dahl son villanos (a excepción de la abuela en Las Brujas o Miss Honey en Matilda). De esta manera, Dahl toma como bandera de lucha a los oprimidos, poniendo en tensión la relación vertical entre adultez e infancia, donde son los adultos quienes imponen las reglas del mundo y los niños quienes están obligados a obedecerlas.

A través de sus relatos, logra revertir esta opresión hacia la infancia. Como solía repetir el autor: “El que no cree en la magia nunca la encontrará”. Recurrentemente, sus historias empiezan con escenarios reales, que al llegar al punto de conflicto dejan aparecer la fantasía. Así, por ejemplo, en Matilda, vemos a los negligentes padres de una niña superdotada, cuya incomprensión y sometimiento a absurdas reglas la hacen enojar de tal manera que desarrolla un superpoder: la telequinesis.

Ilustración de Quentin Blake para "Matilda"

Asimismo, en Las brujas, un niño llega a vivir con su abuela después de haber perdido a sus padres en un accidente. La abuela lo reconforta con cuentos de terror de su propia infancia, dándole sabios consejos sobre brujas. Pero las brujas de Dahl no son como las brujas de los cuentos maravillosos, se camuflan perfectamente con las más adorables mujeres. Sin embargo, siguen siendo brujas y odian a los niños y niñas. A diferencia de los cuentos maravillosos, la fantasía abre una grieta en una realidad ordinaria, que en la pluma de Dahl sugiere un juego de complicidad con el lector y de sospecha hacia las mujeres que rodean al protagonista.

Como vemos en los ejemplos anteriores, Roald Dahl nos presenta un mundo complejo, con temas no necesariamente felices. Y bien sabía él que la vida no siempre es fácil. A los 3 años perdió a su hermana Astrid y seis semanas después a su padre; a los 24 tuvo un accidente aéreo que lo dejó ciego por ocho semanas; de adulto tuvo que enfrentar la muerte de su hija Olivia, de 7 años, a causa del sarampión (quien inspiró el libro El gigante Bonachón) y un accidente que dejó a su hijo Theo de 4 meses con hidrocefalia. Pero a cada golpe de la vida, Roald respondía con astucia y superación al igual que sus protagonistas infantiles que, con algo de magia y ayuda, pueden sobreponerse a sus tristes destinos.

Esa fue una de las razones por la cual, tal vez, se enfureció cuando el director de la película Las Brujas, de 1990, cambió el final por uno más dulce, llegando a los cines con megáfono para convencer a la gente de no verla[2]. Roald Dahl nos mostraba el mundo cómo él lo percibía, dulce y agraz. El humor cumple un rol esencial, distendiendo y suavizando los temas trágicos o difíciles, como la pobreza extrema, la orfandad, la soledad y la incomprensión infantil. De algún modo, al presentarnos el mundo tal cual es, genera espacios comunes de empatía y conexión entre los lectores y los personajes.

Esto mismo se ve reflejado en su literatura dirigida a adultos; si bien es una voz más oscura y macabra, es el humor negro y la observación de cada ser humano y de la sociedad en su conjunto, lo que hace imperdible la lectura de sus Cuentos Completos.

Por último, no podemos hablar de Dahl sin nombrar al ilustrador Sir Quentin Blake, cuyas ilustraciones se hicieron indisociables a sus libros infantiles, entregando una imagen liviana y divertida de la pluma del autor que cautiva, conmueve, acoge y entretiene a lectores de cualquier edad. El único requisito es conservar el espíritu de la niñez.


[1] 007: Solo se vive dos veces (de la saga James Bond) y Chitty Chitty BangBang

[2] La versión de 2020 mantiene el final del libro, pese a tener varias reinterpretaciones durante la trama.