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Los animales han acompañado desde siempre al ser humano en su intento de comprender la vida. En esta entrega, la escritora María José Ferrada nos recuerda la importancia de estos seres vivos en la literatura y recomienda dos nuevos títulos de filosofía para niños y niñas en que, una vez más, ellos son los protagonistas.


Los animales siempre han estado ahí, como buenos amigos, para ayudar a niños y niñas en la comprensión de la vida. Aunque en el principio —ese tiempo nublado en que la infancia no existían para la historia ni la literatura— se dirigieron a los adultos. Ya en Los trabajos y los días, escrito alrededor del 700 a. C., Hesíodo se vale de la voz de un ruiseñor para llamar a una reflexión sobre la justicia. Y dicen que Sócrates pasó sus últimos días poniendo en verso las fábulas de Esopo. No sabemos qué pensaba, pero podemos imaginar que caminamos por el interior de su cabeza y nos topamos con uno de sus valiosos pensamientos: nada más preciso que la fábula del alacrán y la rana, para llamar la atención sobre el autoengaño o los imperativos de la propia naturaleza.

Pero venados, zorros y conejos, dando muestras de un espíritu colaborador que ya quisiera nuestra especie, no solo han protagonizado historias sobre asuntos filosóficos. También aparecen en mitos y cuentos populares, mostrando un carácter que en algo recuerda a los seres humanos: el zorro, suele ser astuto y el murciélago, ambicioso. Si de buscar imágenes poéticas se trata, la tradición oral latinoamericana y sus relatos de animales es especialmente generosa. Antes de seguir —debo volver al tema inicial: filosofía y animales— recomendaré solo una joya bibliográfica: Madre Milpa, del guatemalteco Carlos Samayoa. ¿Por qué este libro entre tantos otros? Porque además de contar la historias del coyote y el tacuazín, la lagartija de esmeralda, y el venado de la joya grande, en una de sus páginas aprendí algo que no olvido: el zorro se lava los dientes con hojas de vainilla.

También la literatura infantil —llegamos al siglo XVIII y la literatura por fin ha reparado en los niños y niñas como un público lector independiente— se encargará de darle protagonismo a los animales. Habrá, sin embargo, algunas exigencias: ponerse pantalón y abrigo, en el caso de Peter Rabbit, el personaje de Beatrix Potter, o sumarle a ese mismo traje una corona, en caso del elefante Babar, de Jean de Brunhoff.

Independiente de lo que digan los nuevos estudios ecocríticos —hace poco leí uno bastante interesante que hablaba de la aparición del conejo como personaje y cena en los libros infantiles de la época victoriana— el asunto no parece molestarle mayormente a los animales. Así que felices de la vida, o tal vez para recordarnos que debemos recorrerla sin despistarnos mucho, en el siglo XXI los seguimos encontrando en la literatura dedicada a niños y niñas. Entre las estrellas de este cielo —un cielo pequeño y raro, como los buenos dibujos— brillan: Críctor, la boa constrictor; Adelaida, la cangura voladora de Tomi Ungerer; Elmer, el elefante de David McKee; y Sapo y Sepo de Arnold Lobel, entre muchísimos otros. Y es que podría seguir enumerando, pero entonces sí que ya no volvería al tema de esta reseña: los animales y la filosofía. Vamos, por fin.

Sapo y Sepo son los entrañables personajes creados por Arnold Lobel.

Dilemas: antiguos y actuales

En su obra Parerga y Paralipómena. Escritos filosóficos menores, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer incluye el siguiente dilema: era un día muy frío y un grupo de erizos sintió la necesidad del calor que produce la cercanía de otros cuerpos. Avanzaron, unos en dirección a otros, esperanzados, pero el objetivo se reveló imposible: las púas del otro, mientras más cercanas, más amenazantes y dolorosas se volvían. La conciencia del obstáculo no solucionaba el problema: el frío continuaba, obligando a los erizos a ensayar hasta determinar algo que todos deberíamos conocer: la medida de cercanía y separación que debemos mantener respecto a los demás para no hacernos daño.

Décadas más tarde, el austriaco Ludwig Wittgenstein, en sus Investigaciones filosóficas, volvió a usar los animales para explicar un asunto importante: la verdad depende del puntos de vista y del uso del lenguaje. La ilusión que permitía ver —dependiendo de quién lo mirara y cómo lo nombrara— un pato o un conejo, le sirvió para hacer la distinción entre “ver algo constantemente” y “ver algo como”, es decir entre la “visión constante” y la “visión de aspectos”.

¿Demasiado complicado para un niño o una niña?

No necesariamente. Y es que como explica Alice Brière-Haquet, autora de los libros infantiles de la colección Filomino, en una entrevista para el diario Ouest-France: “los grandes pensadores hablan con todos” y “no hay edad para plantear las preguntas esenciales”. Pensando en esto, ideó una colección en la que los animales —esos viejos amigos— se encargan de poner en contacto a los niños y niñas con el pensamiento de los grandes filósofos. A los ya mencionados, se suman la paloma de Kant; el cisne de Popper; el perro de Diógenes; el lagarto de Heidegger; y el cuervo de Epicteto, entre otros.

Libros del Escuincle y Editorial Hueders, se encargaron de la publicación en español de los pequeños libros, recomendados para lectores de cualquier edad, correspondiente al dilema del erizo, ilustrado por Olivier Philipponneau, y la ilusión pato-conejo, ilustrada por Loïc Gaume.  Buena decisión, recomendada para quienes no subestiman la necesidad que tenemos todos los seres humanos, pero sobre todos niños y niñas, de reflexionar en torno a la existencia. Y es que erizos, conejos y patos, tienen la capacidad de invitarnos a pensar la libertad, la conciencia y el sentido, como si se tratara de cuentos simples y transparentes, como gotas de agua.

La colección Filonimo busca poner en manos de las y los pequeños lectores los grandes nombres de la filosofía. Créditos: Ángeles Quinteros