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La escritora y activista estadounidense Adrienne Rich plantea que leer sobre feminismo no le parece una obligación para llamarse a una misma feminista, pero sí considera que “nos da un horizonte simbólico sobre el cual afirmarnos, y representa la lucha de las mujeres dentro del campo del conocimiento”. Es sobre este horizonte en el que me gustaría situarnos hoy, porque feministas o no, hay una verdad en la historia literaria de nuestro país. De los 56 premios nacionales de literatura que se han otorgado desde 1942 a la fecha, solo cinco mujeres lo han recibido: Gabriela Mistral, Marta Brunet, Marcela Paz, Isabel Allende y Diamela Eltit.

Por Melissa Cárdenas

Este contexto revela una real urgencia: la necesidad de visibilizar a mujeres en la literatura, como autoras, ilustradoras, editoras o como protagonistas, porque como vemos, seguimos estando en desventaja. Cabe aquí preguntarse: ¿en qué nos fijamos para una lectura con enfoque de género? Algunas ideas que resultan útiles a la hora de responder esta gran interrogante son: ¿Cómo aparecen los personajes femeninos? ¿Existe ausencia, omisión o invisibilización (es decir, son solo nombradas o su aparición es solo en respuesta a lo masculino)? ¿Se presentan relegadas a roles estereotipados? ¿Se enmarca en el discurso para niñas o para niños? ¿Se escribió intentando explícitamente empoderar? ¿Lo femenino solo toma el lugar de lo masculino? Leer con enfoque de género no significa que quemaremos los cuentos clásicos y censuraremos los libros de empoderamiento, sino más bien, invita a tomar consciencia y ser responsables de cómo se está transmitiendo y construyendo el imaginario literario en las y los lectores. Tal como señala Teresa Colomer, uno de los retos es conseguir que los chicos pierdan la incomodidad ante sus emociones y la capacidad de gestión en las relaciones personales que propicia la literatura. Y otro reto, probablemente más difícil, sería “definir modelos literarios y de conducta que ayuden a las chicas a verse como sujetos y no objetos definidos por la mirada masculina, a asumir los riesgos de la lucha por el espacio exterior sin renunciar a sus modos de ser y sin la necesidad de convertirse en ‘súper mujeres’ o adoptar conductas masculinas”. Algunas de estas nuevas representaciones las podemos encontrar en autoras clásicas, así como también en escritoras contemporáneas: En obras clásicas como Pippi Calzaslargas, de Astrid Lindgren. Una personaje feminista de pies a cabeza, con dos trenzas color zanahoria, un rostro de pecas y una fuerza extraordinaria, Pippi ofrece un universo narrativo muy particular: refuerza el espíritu primitivo que sentimos fuertemente en la niñez y el deseo de explorar libremente lo real y lo imaginario. Una niña que demuestra que puedes ser lo que quieras, independiente de tu género, sin importar lo que establezca la sociedad para ti. Marina Colasanti es otra escritora que asume los riesgos. En su libro Entre la espada y la rosa, la escritora conserva las características que definen el cuento maravilloso y su lenguaje: castillos, hadas, reyes, pasados remotos, pero con una mirada crítica, invirtiendo cuidadosamente las relaciones de poder y otorgando protagonismo a las mujeres y a lo femenino. Más contemporánea, pero siguiendo la misma ruta, Carola Martínez Arroyo en su obra Matilde, nos muestra una niña protagonista que crece junto a su madre y su abuela, pero en ausencia de su padre, detenido desaparecido durante la dictadura militar. Matilde crece bajo el manto del matriarcado, entendiendo poco a poco la atmósfera y el contexto social y político que se vive, pero sin tener que asumir responsabilidades de adulta y respetando la infancia. Otra obra contemporánea que construye un personaje femenino con fuerza y que asume los riesgos de la lucha por el espacio exterior es De bosques y cenizas, de Camila Valenzuela. Una historia que reinterpreta una versión local de Cenicienta, tras el terremoto de Chillán de 1939, en la cual la protagonista enfrenta tensiones de clase y género, cuando es sometida a ser la sirvienta en la casa de un pariente que la acoge en Talagante luego de quedar sola. Tras sufrir violencia y un sinfín de injusticias, un grupo de mujeres brujas la acogen y la conducen a recuperar su libertad. Una oda a la sororidad y complicidad femenina. Marjane Satrapi es otra autora que, a pesar de que no considere feminista su obra, en su libro Persépolis explora la vida de una niña de tan solo diez años quien observa con una mirada crítica los cambios que van sucediendo en su país, bajo el régimen restrictivo y violento del islam. En este libro la protagonista encarna la denuncia por la falta de derechos y libertades, el peligro y el exilio. Un relato biográfico, revolucionario y político, que rompe con los estereotipos de la pasividad. Esto es solo una muestra de lo que actualmente los libros infantiles y juveniles están representando posibilidades más equitativas, más respetuosas y mucho más inclusivas, tal como debería suceder en la sociedad. Es, por tanto, responsabilidad nuestra como mediadoras mantenernos actualizadas con el nuevo panorama editorial infantil y juvenil en cuestiones de género e inclusión, así como también, innovar en relación a las estrategias que utilizamos para mediar y compartir estas lecturas. Entendiendo que seleccionar un libro, complejo o no, implica tener claro para qué queremos compartirlo y cómo podemos abordarlo para permitir dialogar y explorar nuevas miradas.