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Una niña que sigue un camino de flores; un hombre que observa el cielo y unas hormigas que construyen su nido. Tres libros que celebran a quienes miran el mundo atentamente.

Por María José Ferrada

Tal vez sea una capacidad, aún no perdida, de permanecer en el presente. O una cuestión de estatura: flores, por ejemplo, que quedan más cerca de los ojos, las manos y la nariz. Lo cierto es que niños y niñas reparan en seres y cosas que los adultos parecemos no ver, haciendo eco de las palabras de Robert Walser: no hace falta ver nada extraordinario, ya es mucho lo que se ve. La lista de las maravillas es larga y lo bueno es que siempre cabe alguna más, parecen decirnos los pequeños expertos. Para verlas se necesita algo que a medida que crecemos comienza a escasear: tiempo. «Pobrecitos», escuché una vez decir a una niña de siete años. Y algo de razón tenía. La visión de esas manifestaciones pequeñas de la vida pareciera tener un efecto calmante: observamos el brote y de pronto la fragilidad nos parece algo bueno –no necesito ser grande ni fuerte, piensa el niño–; el arcoíris, que comienza asomarse, es un regalo del día gris, nota la niña; y ese gato, que atraviesa la calle como un rayo –según el haiku de un niño japonés– simplemente es un gato: anda por ahí y maúlla: milagro suficiente. Existen libros cuya lectura ayuda a acompasar la respiración, el oído y la mirada con los pájaros, los árboles y las flores que brotan, incluso en los bordes del cemento. A continuación, tres títulos para niñas y niños atentos y para todos quienes quieran «volver a mirar».  

Un camino de flores

JonArno Lawson y Sydney Smith Libros del Zorro Rojo, 2017 Una niña vestida con capucha roja, recoge flores mientras va de la mano de su padre por una gran ciudad. Siguiendo la secuencia sin palabras del poeta JonArno Lawson y las ilustraciones de Sydney Smith, poco a poco notamos que la niña ha descubierto un camino de flores, que solo ella parece ver. Y es que todos los demás –¡otra vez!– parecen estar demasiado ocupados. La pequeña protagonista, que va dejando rastros de color en el paisaje gris, es la única que repara en pequeños, pero a la vez inmensos, sucesos como la muerte de un pájaro o la presencia de un hombre que duerme en la plaza. Comparte con ellos y con todo lo que toca, su humilde tesoro: las flores que fue encontrando en el trayecto. Un paseo visual por una ciudad que podría ser la nuestra y una crítica a la vida moderna. Pero, sobre todo, una celebración de los descubrimientos del tiempo de la infancia.    

Volver a mirar

Azul López  Ediciones SM, 2023   Fue paseando a sus perros que la autora de este libro notó un fenómeno que pasa cada día, a las 5:38, frente a su antiguo edificio: los pájaros regresan a sus nidos. Comenzó a observarlo rigurosamente, tal como el protagonista de esta historia, que está maravillado con lo que ve allá en lo alto y por lo mismo, insiste en levantar la mirada con «una curiosidad tan grande como el cielo mismo». Pero, ocupados como estaban los demás en sus tareas terrestres, lo ignoraban. Y ante la indiferencia, vinieron las dudas: tal vez el cielo no era tan importante ni tan bonito como a él le parecía. El hombre intentó fijar la mirada en sus pies, tal como hacían los demás. Son los pájaros los que se encargan de volver las cosas a su lugar en esta historia. Pájaros que se encargan de despertar de su letargo al hombre y a todos los demás. La premisa es simple y por lo mismo, tal como los personajes de la historia, a veces olvidamos que los pájaros están ahí y merecen nuestra atención. El libro está inspirado en un lugar llamado el Sótano de las Golondrinas, que existe en la Huasteca Potosina, en México, desde donde todos los días, a la misma hora, salen miles de pájaros. «Aunque es cierto que su vida no gira en torno a la ajetreada vida del hombre, su vuelo nos puede servir de recordatorio para hacer una pausa y volver a mirar», leemos en la nota final del libro.  

Con calma, 50 historias de la naturaleza

Rachel Williams y Freya Hartas Editorial Flamboyant, 2020 Tsuruyaki, compilador del Kokinshu, una de las primeras antologías de poesía japonesa, se preguntaba: «¿Quién hay entre los hombres que no componga poesía al oír el canto del ruiseñor entre las flores, o el croar de la rana que vive en el agua?». Y los siglos pasan, pero la pregunta parece no perder vigencia. Las autoras de este libro informativo retoman el antiguo camino, dando a los lectores un simple pero sabio consejo: «contempla las cosas que pasan ante nosotros cuando nos tomamos las cosas con calma».  El libro, en formato de tarjetas, invita a niños y niñas a conocer la vida que se manifiesta en lo grande y lo minúsculo. Y es que, si salimos fuera, tal como nos recomienda, nos encontraremos con el ciclo de la luna; la hormiga construye su nido; el girasol que, como su nombre lo indica, se mueve en dirección al sol; y las amapolas que anuncian la llegada del verano. Es imposible observar el movimiento, ya sea de un satélite o de un insecto, si no nos tomamos el tiempo para hacerlo, nos dice este libro. Así que el llamado, para quienes quieran conectarse con los milagros naturales que suceden por todas partes, es a recuperar esa calma que, en medio de las tareas diarias, perdemos con facilidad. Parar, respirar y mirar, cada vez que podamos, el cielo, lleno de vida inmensa y la Tierra, esa casa que –ojalá no lo olvidemos– compartimos con la hormiga, el girasol, la amapola...