La literatura distópica se ha convertido en uno de los géneros preferidos por los lectores jóvenes en la actualidad. Durante la última década, las librerías y los cines se han inundado con una nueva ola de aventuras ambientadas en futuros distópicos, encabezadas por títulos como Los Juegos del Hambre y Divergente. ¿En qué consiste este género? ¿Cuáles han sido sus principales referentes a lo largo de la historia? Te lo contamos en esta nota.

Por Pablo del Valle

Fábricas abandonadas, países subterráneos, ciudades sumergidas bajo el mar. Los escenarios de las distopías son muy diversos, pero forman parte de un imaginario común que se ha vuelto ampliamente popular entre los adolescentes en la última década. Algunos rasgos comunes en estas historias son la existencia de gobiernos totalitarios y el alzamiento de personajes que desafían el orden imperante. ¿Cómo llegó a construirse este imaginario?

Comencemos desde el principio. La palabra distopía –que por definición es el antónimo de una utopía– se utiliza para referirse a la representación de sociedades futuras que han llegado al límite de lo indeseable y que se caracterizan por problemáticas como la deshumanización de la ciudadanía o los desastres ambientales. Estas sociedades se han construido en la ficción literaria y audiovisual de muchos modos a lo largo de la historia, hasta configurar un variopinto subgénero dentro de la ciencia ficción.

Las primeras distopías y los grandes referentes

Este género comenzó a explotarse a inicios del siglo XX con el trabajo de grandes escritores que quisieron explorar los posibles destinos de la humanidad.  Uno de los primeros fue el británico Aldous Huxley, quien en su libro Un mundo feliz (1932) imaginó una humanidad ordenada en castas donde todo parecía funcionar a la perfección, aunque para ello tuvo que eliminarse la familia, el arte y la diversidad cultural.  El estadounidense Ray Bradbury, por su parte, escribió en 1953 la novela Fahrenheit 451, un relato que representa una sociedad sobreexpuesta a las pantallas, vigilada por bomberos que se dedican a requisar y quemar libros.  A la par de estas dos novelas –consideradas hoy como clásicos de enorme calidad literaria– se alzó un libro que para muchos es el símbolo de la ficción distópica: 1984, escrito por George Orwell en 1949. En esta novela, Orwell construyó una sociedad que ha llegado a la década de los ochenta marcada por la manipulación de la información, un sistema de vigilancia masiva y una fuerte represión y segmentación política. Estas características –que juntas configuran lo que se denomina la “sociedad orweliana”– han sido replicadas hasta el día de hoy en decenas de novelas de distopía.

La película 1984 hace énfasis en su régimen totalitario. Créditos: 20th Century Fox.

Primeras adaptaciones al cine y nuevas propuestas literarias

El año 1984 llegó más pronto de lo esperado y aunque fue muy distinto a cómo lo imaginó Orwell, demostró que la humanidad avanzaba hacia algunas de sus suposiciones. Ese mismo año se estrenó la adaptación cinematográfica del libro 1984, dirigida por Michael Radford. Fahrenheit 451, por su parte, tuvo una primera película en 1966 y otra en 2018 (protagonizada por Michael B. Jordan), mientras que Un mundo feliz fue adaptada a una película en 1998 y a una serie de televisión en 2020.

En la segunda mitad del siglo XX el género distópico fue desdibujando sus fronteras dentro de la ciencia ficción con la publicación de libros que muy pronto se volvieron clásicos de la literatura y del cine de masas. Fue el caso de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), de Phillip K. Dick, llevada al cine en 1982 como Blade Runner –con Harrison Ford en el rol protagónico–, y de La naranja mecánica (1962), novela escrita por Anthony Burgess y que en 1971 fue llevada al cine por Stanley Kubrick para transformarse en una película de culto.

Harrison Ford protagoniza Blade Runner (1982). Créditos: Warner Bros.

Hacia fines de siglo las ideas sobre los posibles futuros continuaron diversificándose. En 1985 la escritora canadiense Margaret Atwood publicó El cuento de la criada, historia que aborda problemáticas de género al construir una sociedad que ha sistematizado la opresión y esclavitud sexual de las mujeres. Ese mismo año, Orson Scott Card publicó El juego de Ender, una novela en que la humanidad se enfrenta a una invasión extraterrestre.  Ambos libros fueron adaptados a la pantalla en los últimos años, con el estreno de la galardonada serie de televisión The Handmaid’s Tale (2017) y la película El juego de Ender (2013).

Fue en la década de los noventa, tras la publicación del libro El dador de recuerdos (1993), que el género dio un giro hacia el público juvenil. Este relato, escrito por la estadounidense Lois Lowry, plantea una sociedad que ha logrado la igualdad sacrificando la vivencia de las emociones. Su versión cinematográfica, estrenada en 2014, se caracteriza por su fotografía en blanco y negro, que contrasta con la creciente incorporación de colores. El libro tomó elementos de las novelas distópicas clásicas –especialmente de 1984 y de Un mundo feliz– para abrir la puerta a las múltiples sagas juveniles que surgirían en la década de los dos mil.

En “El cuento de la criada” la sociedad controla la vida de las mujeres. Créditos: MGM Television.

La distopía en la literatura y el cine juvenil actual

Existe un amplio consenso al afirmar que fue el libro Los juegos del hambre (2008) de Suzanne Collins el que inauguró una especie de edad de oro de la literatura distópica juvenil. Esta trilogía –que se completa con los títulos En llamas y Sinsajo– presenta una sociedad estadounidense dividida en trece distritos que tributan sus materias primas y la vida de sus hijos e hijas a un gobierno totalitario representado por el Capitolio. Tal como en las novelas de Huxley o de Bradbury, el viaje heroico de sus protagonistas está movido por el deseo de enfrentar el orden político imperante, en este caso, a través de una rebelión inspirada por el símbolo del Sinsajo. La adaptación cinematográfica de la saga no tardó en llegar y convirtió la historia en una popular franquicia protagonizada por la ganadora del Óscar, Jennifer Lawrence.

La trilogía “Los juegos del hambre” rompió todos los récords. Créditos: Warner Bros.

El éxito de Los juegos del hambre marcó el camino para otras sagas que vieron en su fórmula una clave para el éxito. Una de las principales fue Divergente (2011), de Verónica Roth, que repitió algunas características de la obra de Collins, como el carisma de su protagonista femenina o la división de la sociedad en estratos bien definidos. Esta trilogía presenta una versión futura de Chicago que divide a sus habitantes desde la adolescencia en cinco facciones para asegurar la paz. La protagonista, Beatrice, comienza su aventura luego de descubrir que no encaja en ninguna de ellas. La saga fue adaptada al cine con Shailene Woodley en el rol protagónico, alcanzando el éxito de taquilla. Otra saga de igual popularidad fue Maze Runner: correr o morir (2009) de James Dashner, que consta de cinco títulos, de los cuales tres fueron adaptados al cine. En esta historia, los protagonistas se enfrentan a un inmenso laberinto y al poder de una organización secreta en medio de una realidad posapocalíptica.  

Hoy en día se siguen estrenando libros distópicos que se convierten prontamente en películas o series de televisión, como Los 100 (Kass Morgan), Legend (Marie Lu) o Delirium (Lauren Oliver). Aunque entre tantas propuestas se vuelve un desafío encontrar los títulos que plantean verdadera novedad o calidad literaria, es un hecho que estas sagas han atraído a miles de lectores adolescentes a lo largo del mundo; quienes, en mayor o menor medida, se han ido acercando también a los grandes clásicos de la distopía. Es de esperar que el género siga explorando nuevas posibilidades para las sociedades del futuro y que, de esta manera, siga planteándonos interesantes interrogantes sobre nuestro presente.

La saga Divergente es uno de los principales exponentes de la distopía juvenil actual. Créditos: Summit Entertainment.