Charles Perrault es de esos autores que están en la cabeza de todos los que tenemos algún vínculo con los cuentos para niños. En la conmemoración de su natalicio, quisimos destacar su enorme legado en la construcción de un imaginario que traspasa generaciones.

Por Carolina Ojeda

Sin imaginar todas las repercusiones, reversiones, lecturas, análisis y revisiones que tendría, en 1697 Charles Perrault publica los Cuentos de antaño, una compilación de ocho narraciones en prosa que el francés había ido recopilando a lo largo de varios años. Narraciones propias de la tradición oral europea (francesa e italiana en particular) que transitaban por los años de la mano de distintos recopiladores, como Giambatista Basile, Madame D’Aulnoy, entre otros. 

Toda la vida de Perrault transcurre en la época de oro de Francia, con un desarrollo intelectual, cultural y artístico pocas veces visto. Un ambiente político muy convulsionado, pero de gran desarrollo cultural.

Debido a que sus orígenes estaban en la burguesía acomodada francesa, el pequeño Charles accedió a la mejor educación y, tras terminar sus estudios de Derecho, consiguió un buen puesto laboral, cercano a los colaboradores más estrechos del rey.

Luis XIV, el Rey Sol, es el gobernante de esta Francia culturalmente luminosa y es justamente en la corte real donde Perrault logra desarrollar sus mayores talentos literarios pues una de sus labores es entretener a las damas y caballeros –todos adultos, por cierto– que frecuentaban el palacio real. Es así como Perrault es el encargado de narrar historias cargadas de fantasía, pero también de crueldad y oscuridad.

Corte en la Francia del siglo XVII

Con 55 años, en 1683, Perrault enviuda y, al mismo tiempo, pierde su trabajo en la corte, por lo que decide dedicarse por completo a la educación de sus cuatro hijos. Junto con ello se decide a escribir los Cuentos de mamá oca o Cuentos de antaño, donde escribe las mismas historias que antes narraba oralmente pero ahora agrega moralejas para la educación moral de las señoritas. Con esto, Perrault perseguía la “utilidad” de los cuentos.

Y es precisamente la adición de estas moralejas la que consigue que los cuentos de Perrault trasciendan y le valgan el reconocimiento por los siglos venideros.

El libro ve la luz en 1697 y los relatos que aparecen en los Cuentos de antaño –con el subtítulo Cuentos de mamá oca– son los siguientes:

  • La bella durmiente del bosque 
  • Caperucita Roja 
  • Barba Azul 
  • El gato con botas 
  • Las Hadas 
  • Cenicienta 
  • Riquet al copete o Riquet-el-del-Copete 
  • Pulgarcito 

Cabe mencionar que, originalmente, el libro fue firmado por el hijo de Charles Perrault, Pierre d’Armancour. Hay diversas explicaciones para ello, desde índole político hasta una favor para su hijo que aspiraba ser secretario de Mademoiselle, la sobrina de Luis XIV, a quien está dedicado el libro. Sin embargo, los estudiosos se han decantado por reconocer la autoría de Charles Perrault. 

A pesar de ser una recopilación de narraciones orales de antaño, es importante reconocer el aporte que Perrault realiza a la tradición literaria generando un escrito, un libro impreso que acoge todos estos cuentos de hadas. Y por otro lado, la adición de la moraleja a cada uno de los relatos, nos permite comprender, en cierto modo, el funcionamiento de la sociedad del siglo XVII, puesto que estas enseñanzas atendían a situaciones que podían darse con frecuencia en la sociedad.

Portada del manuscrito de 1695

Les dejamos aquí la moraleja que Perrault incluye en Caperucita Roja:

Qué poco conocen
esas niñas buenas,
viven en palacios
o en pobres aldeas
salen de su casa
y buscan a tientas
el mejor camino,
pero un lobo espera
hacer su bocado
de quien trae merienda.

Los cuentos de hadas, historias cargadas de significación, han permanecido por siglos, sobreponiéndose y trascendiendo a otras manifestaciones culturales o de entretención, precisamente porque son narraciones que recogen los temores, sentimientos, angustias y pesares desde que el humano es humano. Expongamos a los niños y niñas a estas narraciones, en sus diversas versiones y no solo en las que Walt Disney llevó al cine. Entreguémosles la posibilidad de reconocerse en estas historias, de descubrir que otros han pasado por lo mismo. Por algo los llamamos clásicos: porque perviven generación tras generación.

Recomendamos las versiones poéticas que realizó Gabriela Mistral en la década de 1920 y que han sido editadas por la editorial Amanuta.