Celebramos el Día Internacional de la Danza con tres obras llenas de movimiento. Por: Carla Davico, asesora de proyectos de la región de Atacama.

Despedimos abril celebrando el Día Internacional de la Danza, oportunidad ideal para recomendar una tríada de obras que dará cuenta de lo mucho que pueden entregarnos los libros para entender la danza, esta disciplina tan esencial que a veces dejamos pasar justamente porque exige conectarnos con nuestra naturaleza más íntima. Son libros ilustrados que no tienen texto, sino puro movimiento.

Flora y el flamenco, Molly Idle

Flora se acerca curiosa a un indiferente flamenco. Comienza a imitar sus movimientos elegantes, con algo de torpeza, hasta que cae al suelo. El flamenco se apiada de la niña y la saca a bailar, como se diría coloquialmente. Juntos, inician un diálogo de movimientos y se van entendiendo perfectamente.

Parece una trama simple, pero la magia del libro está en gozar este espectáculo de ballet al cual fuimos invitados. Los dos bailarines se mueven de un lado al otro por el escenario de la doble página. Se esconden detrás de solapas, haciéndonos partícipes de la función, y el silencio de las palabras hace que incluso escuchemos la música que comienza a surgir en nuestra cabeza.

Las ilustraciones colaboran con esta sensación de estar presenciando un baile: son sencillas, poco decoradas. Prepondera el blanco del fondo, para darle protagonismo al movimiento de los cuerpos. La paleta se compone de tonalidades rosadas, como las de los flamencos, y las figuras ocupan líneas largas y puntiagudas, como la silueta de estas distinguidas aves. La niña, a su vez, viste un traje de baño rosado y gualetas en los pies, imitando la vestimenta de su compañero. La imitación es, de hecho, un tema relevante tanto en este libro como en la danza misma.

Este libro, editado por Bárbara Fiore en 2013 y ganador de la Medalla Caldecott en 2014, nos demuestra que el texto no es necesario cuando el lenguaje se lee en los movimientos corporales, al igual que la danza.

Swing, João Fazenda

Una buena manera de comenzar una mediación lectora es indagar entre los oyentes sobre qué creen que tratará el libro, a partir de su portada. Esta, en particular, nos muestra varias figuras humanas coloridas regocijándose con el swing; menos una, cuadrada y gris. Me recuerda una escena de la película Mi novia Polly, en la cual llevan por primera vez a bailar salsa al personaje burócrata interpretado por Ben Stiller.

Se relata la historia de este hombre cuadrado que intenta bailar swing, pero cada vez que lo hace, la gente a su alrededor, la que siente la música, comienza a flotar. Él se queda anclado al suelo, intentando comprender por qué a él no le pasa lo mismo. Es una trama sencilla, con una secuencia lineal de hechos que van marcando la narración con bastante claridad.

En este libro de Editorial Juventud (2017; aunque original de Pato Lógico Ediciones, 2015) tampoco se utiliza texto, solo pinceladas gruesas (improvisadas, se podría decir, como característica del baile del swing, popular en la década de los 30) y una gama acotada de colores planos, principalmente primarios y secundarios, como acostumbra este ilustrador portugués, ganador del premio nacional de ilustración por esta obra. Cuando la música entra en acción, las líneas se contornean y los colores cobran vida, mientras que las escenas del protagonista en soledad suelen conformarse con ángulos rectos y tonos grises.

Para no contar el final, solo me remitiré a dar una pista: eso de que los pies se mueven solos con la música es cierto. Y la última: hasta el ser más pixie de todos puede llegar a volar con la música.

La danza del mar, Laëtitia Devernay

Una sobria guarda negra se aparece cuando abrimos este libro. La primera ilustración nos presenta mar, cielo, luna y barcos, pero sobre todo muchas líneas horizontales, que se acentúan con el formato apaisado del libro. Las líneas son la textura de las distintas formas y objetos que se van presentando en la historia.

Llama de inmediato la atención el trabajo de geometría y colores. La voz del ilustrador, en ese sentido, es muy singular. Una vez más, no hay texto. La narración avanza a medida que se van incorporando nuevos elementos, que van rompiendo la geometría, en el buen sentido: olas, colores brillantes, sirenas, todo imitando el movimiento de colores y formas propias del mar. Algunas escenas son suaves y generosas, mientras que otras son espantosas, horrorosas, como el mar mismo.

Otra particularidad de este libro es que la narración no es lineal, sino cíclica. Porque eso es lo que nos quiere mostrar: el ciclo del mar, con todos los personajes y componentes que le dan vida (o que se la quitan).

¿Qué tiene que ver la danza? Todo. La danza del mar es también la danza de la vida, de la naturaleza, de nuestro ecosistema. Hay una fuerte crítica a la depredación humana, explícita en un breve párrafo en la contraportada, pero cuya sensación se percibe a través de las páginas.

Amanuta nos trae esta edición como parte de la colección Sin Límites, aunque originalmente fue publicado por La Joie de Lire en 2016, bajo el título La danse de la mer. La autora es la misma de Diapasón, otro silencioso libro recomendado.

La danza surge desde la necesidad inherente del ser humano de expresarse a través del cuerpo. Imitamos naturalmente los movimientos de animales, de nuestros pares humanos e incluso del mar. Mucho antes de ser calificada como arte, la danza era un movimiento ritual, más relacionado a la comunicación que a la belleza. Con la danza contemporánea se retomó de alguna forma la franqueza de la improvisación, pero aun así pareciera estar tan lejos de nuestro alcance. Estos libros nos invitan a volver a la esencia, a conectarnos con el ritmo que, como seres participantes del mundo, llevamos en la sangre.