La observación del cielo ha inspirado a artistas y científicos de distintas épocas. A continuación, tres libros ilustrados, para distintas edades, que tienen a las nubes como protagonistas e invitan a los lectores a levantar la vista y realizar sus propios descubrimientos.

Por María José Ferrada

El poeta español Ramón Gómez de la Serna decía: el mejor destino que hay es el de supervisor de nubes, acostado en una hamaca y mirando el cielo. Si ese oficio existiera –oficio que seguro interesará a varios niños– una buena época del año para desempeñarlo sería el otoño, cuando cúmulos y cirros hacen del cielo un verdadero dibujo en movimiento.

Kobayashi Issa, poeta japonés, dijo en uno de sus haikus: Las aves cantan/ ¡mira! al mismo ritmo/ pasan las nubes. Y Jorge Luis Borges, siglos más tarde, desde el otro lado del mapa le respondió: Por el aire andan plácidas montañas/ o cordilleras trágicas de sombra / que oscurecen el día. Se las nombra nubes. En el mismo poema, recordó a Shakespeare, observando una que parecía un dragón.

Supervisores de nubes, niños –expertos en encontrar en ellas formas de animales– y poetas, parecen estar de acuerdo en algo: las nubes nunca se agotan. A continuación, algunos libros inspirados en ellas.

Pan de nube, de Baek Heena
Kókinos, 2022

Dos pequeños gatos encuentran una nube pequeña enganchada en un árbol. Con mucho cuidado (¿habrá otra forma de tomar una nube?) la toman y se la llevan a mamá gata para que la cocine. Del horno, salen unos panes deliciosos, pero ¿qué pasará con ellos?, ¿saldrán volando por la ventana?, ¿alguien querrá probar el pan de nube? ¿Papá gato, por ejemplo?

En su primer libro álbum la artista coreana Baek Heena ya anuncia lo que desarrollará en libros posteriores: la imaginación es una forma de embellecer la vida, al alcance de todos, pero especialmente de los niños, que después de leer este libro imaginarán panes humeantes cruzando el cielo, o panes de diferentes ingredientes –tierra, espuma, aire–. También que lo próximo que podría quedarse enganchado a un árbol podría ser un cometa o una estrella y entonces, la pregunta es obvia: ¿existirá también el pan de estrella?

Libros como el de Baek Heena, cumplen con la mejor de las tareas, sobre todo cuando se trata de libros para niños. Esto es, dejarnos pensando, después de su lectura, que el mundo es un lugar lleno de secretos y posibilidades aún no descubiertas. Posibilidades que están tan cerca como las nubes y el pan. Los gatos, hechos con papel y cartón –elementos familiares y preferidos por los niños a la hora de construir mundos– y luego fotografiados, son otra prueba de ello.

Willy y la nube, de Anthony Browne
Fondo de Cultura Económica,  2016

Willy, el pequeño chimpancé protagonista de varios libros de Anthony Browne, esta vez tiene un problema liviano pero grande: una nube gris va con él a todas partes. Lo sigue por la calle y lo que es peor, se instala sobre su cabeza, en el parque, donde, salvo Willy, todos parecen disfrutar del sol brillante. Confundido, el protagonista de este cuento regresa a su casa, para darse cuenta de que las nubes, sobre todo cuando son grises, son muy insistentes. La policía, piensa el chimpancé, tal vez pueda ayudar, pero en lugar de hacerlo, se ríe de su problema.

La nube hace perder la paciencia a Willy, hasta provocar en él eso que los niños conocen tan bien: un ataque de rabia. La descripción de los momentos anteriores a la tempestad interior, resultarán muy familiares para los pequeños lectores –y quién sabe si también para uno que otro adulto, que aún no ha aprendido a soportar la presencia de nubes grises–: frustración, dificultad para respirar, falta de aire.

La tempestad exterior –la nube convertida por fin en un chaparrón– por otro lado, sirve de recordatorio de eso que saben los que permanecen atentos a los fenómenos climatológicos: después de la tormenta siempre viene la calma y en el parque vuelve a brillar el sol.

El juego de las nubes, de Johann Wolfgang Goethe
Nórdica, 2011

El poeta, novelista y dramaturgo alemán, dedicó varias horas de su vida al estudio científico. Y si bien su interés estuvo centrado en la metamorfosis de las plantas, también las nubes fueron para él motivo de poemas, anotaciones y dibujos.

El libro, que incluye su Ensayo de Meteorología, agrupa el contenido en cuatro capítulos: estratos, cúmulos, cirros y nimbos. Las nubes, de acuerdo a estas páginas ilustradas por el español Fernando Vicente, serían seres animados que reaccionan en función de las condiciones de la tierra y de su fuerza de atracción. Ni fijas ni estáticas, sino en constante transformación, según la experiencia de Goethe, serían capaces de inspirar tanto a la ciencia como a la poesía. El libro, leve como sus protagonistas, además de invitarnos a recordar que dentro de la palabra nube caben muchas definiciones y formas, inspirará a quienes quieran dedicar este otoño –o las cuatro estaciones– a llevar su propio registro del comportamiento del cielo.