Borges es uno de los autores latinoamericanos más importante de nuestra historia literaria y "El Aleph" uno de sus libros más célebres. En cuentos cortos y relatos precisos, Borges nos ofrece una forma narrativa de acercarnos a preguntas y reflexiones profundas por medio de personajes y escenas fantásticas que siguen fascinando a más de 70 años de su publicación.

A diferencia de otros de los grandes escritores latinoamericanos, Jorge Luis Borges tiende a generar ciertas barreras que impiden que su literatura llegue a todos los que podría llegar. Y no es solo por sus opiniones políticas y su tendencia conservadora, que poco tienen que ver con una obra que realmente “renovó el lenguaje de la ficción” (como destaca el escritor J. M. Coetzee), sino también, porque suele asociarse a una escritura intelectual, complicada, llena de referencias, que lo hacen un autor amado en círculos académicos pero que otros lectores ven con distancia. Bueno, esto no es tan así.

Más que una defensa de Borges, más que describir y analizar los atributos sobresalientes de su literatura fantástica, solo quiero decir que es más simple de lo que se cree, que no hay que haberse leído todos los libros para poder comprender sus referencias que, muchas veces, ni si quiera son reales, e invitar a leer uno de sus libros que forma parte de la colección Viva Leer: El Aleph.

Publicado cinco años después de Ficciones (1944), quizás su mejor libro, en El Aleph (1949) Borges reúne un conjunto de cuentos fantásticos donde abundan laberintos, espejos, personas que parecieran ser otras y objetos infinitos en medio del mundo cotidiano.

En “El inmortal”, un hombre encuentra la inmortalidad y reflexiona sobre lo pasajero y patético de los mortales, en “El Zahir”, “La escritura de dios” o “El Aleph”, se nos presenta la posibilidad de lo infinito o lo eterno en lo mundano, en “Abenjacán el Bojarí”, “La otra muerte” o “El hombre en el umbral”, se juega con la idea de ser dos personas a la vez. Si bien ‒salvo “Emma Zunz” e “Historia del guerrero y la cautiva”‒, los cuentos de El Aleph son relatos fantásticos, esa aparición de algo irracional o inverosímil no es una forma de crear un mundo fuera de lo común que entretenga y sorprenda al lector, sino una forma de tratar problemas aparentemente complejos, preguntas complicadas, en el marco de una historia comprensible, con personajes y sucesos.  

Muchas veces buscamos en el género narrativo ‒sean novelas, cuentos o incluso películas‒, historias que se desarrollen en un lugar y un tiempo identificables, donde aparezcan personajes con los que el lector pueda empatizar, ponerse en sus zapatos. Incluso en la literatura fantástica, donde abundan personajes que en realidad son bastante normales y comunes, pese a que a su alrededor los búhos lleven la correspondencia, exista la magia, los autos vuelen, o se pueda viajar en el tiempo.  

La prosa de Borges, en cambio, no se trata tanto de personajes con los que el lector pueda empatizar, porque estos, cuando no son el mismo Borges, en cuyos zapatos no sé si alguien pueda ponerse, son personajes completamente ajenos a nuestra realidad. Y quizás a cualquier realidad: teólogos medievales, intelectuales árabes de hace mil años,  minotauros encerrados en laberintos, hombres inmortales. En Borges lo que se cuenta no se trata tanto de una historia común, con conflictos humanos cotidianos, sino más bien de situaciones levemente extraordinarias que plantean preguntas y dilemas que han obsesionado a muchos otros en la historia de la humanidad.

Jorge Luis Borges. Créditos: La Tercera.

En cierto sentido, y esta es una hipótesis muy refutable, la prosa de Borges puede parecerse a un libro de difusión científica en que preguntas filosóficas y teológicas se plantean de una forma clara y tangible a través de sus personajes. O incluso a una rutina cómica –porque siempre hay una ironía y una especie de humor en Borges– en que el autor invita a fijarse en una situación particular que quizás no habíamos pensado de esa forma y que la ficción literaria hace posible: ¿por qué nadie se pone en los pies del minotauro, esa bestia encerrada en un laberinto griego que quizás no era tan malo ni tan monstruoso como decían?, ¿podría haber un mensaje oculto en las rayas de los tigres?, ¿qué es el pasado de un muerto sino el recuerdo que se tiene de él?, ¿puede compararse el desierto con un laberinto? Este tipo de preguntas encontramos en un libro como El Aleph. Y, no para responderlas, sino solo para plantearlas. 

Después de ver la fama que tuvo una serie como la alemana Dark, que no se caracteriza por su simpleza, no veo la razón para no volver a un autor que hace ya más de medio siglo se hizo preguntas similares y que, de forma realmente notable, logró traducir en cuentos de pocas páginas que sin duda dejarán al lector con algo dando vueltas en su cabeza. 

Hay una idea recurrente en estos y otros cuentos del autor: en un universo infinito todo ha ocurrido antes y volverá a ocurrir; así mismo, todas las historias ya han sido contadas y todas las preguntas ya se han formulado, Borges solo las vuelve a decir de una manera que, 70 años después, sigue pareciendo novedosa.