Este libro, publicado en 2021 por Editorial Octaedro, resulta una muy buena carta de navegación para quienes se están iniciando en la mediación lectora, pero también para quienes ya llevan tiempo en esto, porque plantea retos y profundas reflexiones. Da luces, interpela, aporta, sugiere, complementa, sitúa y construye, con una lucidez y un orden muy propio del autor.

 

Por Melissa Cárdenas

Yo, mediador(a), del poeta y doctor en didáctica de la lengua y la literatura Felipe Munita, es un libro que conversa comienza situándonos en la experiencia personal del autor, esa experiencia fundacional y transformadora, ese punto de partida. Escenifica su propia relación con el mundo de lo escrito, a partir de un otro que incidió de manera significativa, que le mostró algo, el tan influyente mediador de la lectura, tal como nos adelanta el título. Pienso que no se puede hablar con propiedad de un tema, si no se comienza con la propia experiencia personal. Y aquí, cada lector puede hacer ese mismo ejercicio en retrospectiva, casi por añadidura.

El autor comparte su experiencia, ajusta su foco y privilegia los planos detalles en cada una de las situaciones compartidas, esto, para que lectoras y lectores puedan acceder a una visión panorámica en relación a los cambios y avances en los dos ámbitos centrales de este libro: el campo social de la promoción lectora y el campo científico de la didáctica de la literatura.

Al pasar las páginas, el autor nos transporta a la dimensión social de la práctica lectora, espacio en el que comienzan a resonar muchas ideas y acciones que se han desarrollado durante los últimos cincuenta años: recorremos el espacio público y escolar; se valoriza la lectura desde lo concreto, pero también desde lo discursivo; reconocemos los esfuerzos de organismos internacionales; y reflexionamos acerca de cómo ha sido posible repensar la idea de democratización de la lectura y la valorización de la diversidad cultural. Muchos pueden incluso, más allá de ser mero espectadores, sentirse parte de este proceso a partir de la instalación de políticas públicas en diversos países de la región.

En el espacio escolar, por ejemplo —protagonista de este libro—, no deja de tener sentido la idea de formar lectores por actuaciones socioeducativas sostenidas en el tiempo y no solo por acciones aisladas, esas que la mayoría de las veces tienen cierto carácter homogeneizador y tendencia a espectacularizar la lectura, que no logran entrar en el espacio íntimo y brindan muy pocos frutos. Acá el autor toma prestada la idea de “experiencia” (de Barbero y Lluch), y la diferencia de “actividad”, como una costumbre que ofrece una visión de sustentabilidad, de experiencia vital, de acciones coordinadas.  Esta idea de experiencia resulta muy potente para quienes mediamos, porque nos permite imaginar las rutas por las que debemos guiar a las y los estudiantes en ese espacio escolar llamado biblioteca, o en el aula si se quiere.

 

Octaedro Editorial, 2021

Lo anterior nos invita a pensar la biblioteca como un eje transversal dentro de la escuela y no solo, como bien se registra, el espacio para “hacer los deberes”. Un lugar que permita afianzar hábitos estables y duraderos, si deseamos formar lectores más competentes, lectores que realmente experimenten el tan mencionado “placer por leer”, que Michèle Petit tilda de peligroso e incluso excluyente si no se logra experimentar, y al que también se alude en este texto.

Subrayo acá el camino de las experiencias sostenibles, bien programadas, vinculadas, con objetivos claros a perseguir, respetando el entorno, y en donde se reconozcan no solo la concreción de actividades, sino también, el sentido y los propósitos de estas. Esto, es parte del esfuerzo que se necesita para lograr habitar la literatura, más allá del solo contacto con el libro, el cual sabemos, no es suficiente.

El mediador y las formas de actuación escolar

Así se titula el segundo capítulo de este texto que resulta muy clarificador porque comparte la mirada y experiencia de diversas mediadoras de la lectura con prácticas exitosas y concretas. En otras palabras, reconoce diversas voces, como diría Faumelissa, “Voces que se escuchan claras, voces, que, entre luces y sombras, sobreviven”.

Este intercambio resulta fascinante y, tal como lo presenta el autor, “una breve digresión” porque no son propuestas exclusivamente de expertos, ni tampoco se trata de adoptar la idea de recetario de actividades, sino que muestra valiosas formas de cómo diversificar las prácticas de mediación y de lectura, entendiendo y respetando el entorno, el público objetivo y los propósitos que se quieren lograr. 

Destaco estas voces, porque enseñan ejercicios simples (con esto me refiero a que son muy viables), con resultados extremadamente potentes: diarios de lecturas que ofrecen espacios para recepciones personales, espontáneas y emotivas; diálogos que contribuyen a reconocer la autoimagen lectora individual; recomendaciones entre pares que permiten socializar en torno a la lectura; retratar la poesía como una “nueva forma de mirar el mundo”; revitalizar los clásicos por medio de reediciones para dinamizar el fondo bibliográfico de un espacio lector y encantar a las y los lectores. Este paréntesis, ilustra espacios en los cuales lectoras y lectores sienten que pueden acceder.

 

Estudiantes escuela Estados Unidos, Tocopilla.

Dentro de este capítulo, además se enfatiza en la lectura de obras íntegras como espacio de mediación, dando luces sobre cómo un libro, de calidad estética y literaria, por sí solo y gracias a su propia “arquitectura” también enseña a leer, así como también, en la discusión literaria como un dispositivo didáctico de escasa tradición escolar, pero extremadamente útil que permite concretar la función socializadora que ofrece la lectura poniendo en juego diversos puntos de vista de una lectura.

Este libro, dice muchísimo. Es teórico, es práctico, pero también, es emotivo y experiencial. Es un tejido de historias y testimonios, desde diversos lugares geográficos, que, por una parte, nos proporciona rutas y acciones concluyentes que contribuirán a mejorar y diversificar nuestro propio quehacer mediador, y por otra, nos replantea nuevas ideas y desafíos desde la práctica personal y profesional.