Entrevistas
Conversamos con Felipe Munita
El poeta y doctor en didáctica de la lengua y la literatura conversa con Viva Leer Copec sobre los puentes que se pueden construir desde la modalidad de lectura libre con la de lectura guiada en la escuela, para la formación de nuevos lectores.
Felipe Munita fue unos de los primeros integrantes del equipo de Fundación La Fuente que hace casi dos décadas se lanzó a la tarea de llevar la literatura a todos los rincones del país. Fue en 2003 cuando, recién egresado de Letras y en su año de formación pedagógica, montó un equipo junto a Arturo Cussen para realizar actividades de extensión cultural que vinculaban la literatura con otras artes. A esto siguió la puesta en marcha de bibliomóviles en Cerro Navia y en las regiones de Coquimbo y Los Ríos.
En 2004 se radicó en Valdivia. Siempre interesado en el fomento lector, se convirtió en el coordinador académico del Diplomado en Fomento Lector y Literatura para Niños y Jóvenes de la Universidad Austral de Chile. Hoy vive en España, donde se doctoró en Didáctica de la Lengua y la Literatura por la Universidad Autónoma de Barcelona.
Y aunque vive al otro lado del océano, Felipe Munita respondió a las preguntas de Isabel Casar, nuestra coordinadora de la zona sur y austral de Viva Leer Copec. Ambos conversaron sobre mediación de la lectura, y entrega algunos consejos a quienes se están iniciando en este camino.
— ¿Cómo podríamos definir el concepto de mediador de la lectura?
— Históricamente, la palabra mediación ha estado vinculada a situaciones de conflicto. La lectura no es la excepción: comenzamos a hablar de “mediadores” cuando se quiso expandir esta práctica cultural a todas aquellas personas que estaban alejadas de ella. Y si para muchas de esas personas el universo de lo escrito había estado vinculado a situaciones de imposición y de exclusión, es evidente que un componente clave en el camino hacia la apropiación de esas prácticas letradas debía ser la acogida y la hospitalidad que se brinda al sujeto que se está acercando a ellas. Esto es un paso importante, pues nos hizo darnos cuenta que el eje sobre el cual gravitan nuestros esfuerzos no son las obras en sí sino las personas que se las apropian en el acto de lectura. En otras palabras: el concepto de “mediación” desplaza el centro de interés desde los textos hacia las personas que viven procesos de diálogo consigo mismas, con otros y con el mundo a través de (o gatillados por) esos textos.
— Creemos en la figura del mediador de la lectura como un agente político, un democratizador cultural y social. ¿De qué manera ves tú que esto se materializa tanto en la escuela, como a nivel comunitario?
— Estoy de acuerdo: en el mejor de los casos, un mediador de lectura actúa como un agente de democratización sociocultural. Pero esta palabra hay que tomarla con cuidado, pues a menudo se ha hablado de que “democratizar la lectura” es favorecer el acceso de todas y todos a los libros, lo que situaría el centro de la labor de mediación en el hecho de dejar los libros en manos de los niños, jóvenes o adultos con quienes se trabaja… y sabemos que el rol de un mediador no es solo ese.
Por supuesto que el acceso es uno de los pilares centrales en el proceso de democratización. Pero no es el único pues el famoso “placer de leer”, que se quería natural y espontáneo, nace raramente del contacto directo y único con el libro, especialmente en quienes por diversas razones (biográficas, sociales o económicas) han crecido lejos de la cultura escrita. Y aquí llegamos al otro gran desafío de un mediador en tanto agente de democratización, relacionado con su capacidad para poner en juego situaciones que, mediante procesos de acompañamiento en el encuentro de los sujetos con los textos, creen las condiciones que hacen posible experimentar ese placer.
— Podríamos decir que la idea de la lectura como una herramienta esencial para el desarrollo integral del ser humano ya está arraigada en la sociedad hace un par de años. Sin embargo, nuestro sistema escolar parece estar en un tránsito desde lo más académico hacia la incorporación del placer por la lectura, trabajándose en dos batallas paralelas: academicismo versus placer. ¿Cómo crees que esos dos ejes pueden complementarse armónicamente?
—¡Es que las mejores experiencias de formación de lectores en contexto escolar ya nos muestran un camino de armonización de esos ejes! Si analizamos las experiencias exitosas que se han reportado en el plano de la lectura, una de las principales conclusiones que podemos extraer es que integran de manera muy orgánica la modalidad de lectura libre con la de lectura guiada (o, retomando tus palabras, la lectura por placer y la lectura más académica).
Dicho esto, tal vez debiésemos dejar de concebir la relación entre esos dos tipos de lectura como una “batalla” y pensarla más bien como un “diálogo”, en el que ambas tienen su espacio en el programa y ambas colaboran en la consecución de unos determinados objetivos propios de la formación de buenos lectores.
Creo que, a 25 años de los primeros llamados a “desescolarizar” la lectura, es importante hacer una reflexión seria sobre la continuidad o no de ese discurso. Por mi parte, en otro lugar he intentado aportar a dicha reflexión a partir del caso de Catalina, una niña que detestaba un libro que, después de una intervención mediadora centrada en la lectura guiada (es decir, obligatoria), acabó siendo su libro favorito.
- Puedes ver también: De lo que sucedió a Catalina y del donoso y grande escrutinio del mediador de lectura, por Felipe Munita.
— ¿Es posible formar una comunidad lectora dentro de una escuela si no hay un trabajo conectado, entre los diferentes agentes? ¿Conoces algunos ejemplos exitosos?
— Si no hay un trabajo compartido entre los diversos agentes escolares, veo difícil que esa comunidad lectora se mantenga en el tiempo. Tal vez se logren de manera circunstancial ciertos objetivos de lectura, pero su continuidad estará supeditada al albur de que la persona que ha “tirado del carro” permanezca o no en la escuela. ¿Pues qué pasará el día en que esa persona se vaya?
Conozco varios ejemplos de escuelas en las que pasó esto: una persona muy implicada y motivada gatilló importantes cambios y mejoras en el ámbito de la lectura, pero esos cambios no se mantuvieron una vez que esa persona salió del establecimiento. Por eso es que, en el último tiempo, vengo insistiendo en la necesidad de construir lo que he llamado “ecosistemas mediadores”; es decir, colegios en los que hay unos objetivos lectores compartidos por todo el claustro docente, así como unas prácticas bien arraigadas institucionalmente para conseguirlos.
En otras palabras: establecimientos que han definido: a) un horizonte hacia el cual avanzar, y b) unos itinerarios (¡con una buena brújula!) mediante los cuales llegar allá. Hace unos años tuve la suerte de estudiar un buen ejemplo de una escuela que funciona como “ecosistema mediador”.
Si no hay un trabajo compartido entre los diversos agentes escolares, veo difícil que esa comunidad lectora se mantenga en el tiempo.
— ¿Es posible formar una comunidad lectora concentrada solo en la escuela? ¿Hasta qué punto influye la participación del entorno social más próximo en la formación de una comunidad lectora?
— Por supuesto que el entorno social de pertenencia es una clara influencia en la construcción de una comunidad de lectura. Pero ha sido interesante constatar, gracias a diversos casos de éxito reportados en los últimos años, que incluso en contextos en los cuales el entorno no es favorable a la lectura, la escuela sí puede construir comunidades lectoras sólidas. Tan sólidas que, incluso, comienzan a permear el gusto por la lectura en el entorno extraescolar.
Pienso, por ejemplo, en la experiencia de Lara Reyes, maestra de primaria en una escuela del extrarradio barcelonés y compañera del grupo GRETEL: sus alumnos comenzaron a “contagiar” a sus familiares el placer lector que habían construido en las aulas, al punto de que llegó un momento en el que algunas madres y padres se inscribieron en un club de lectura para adultos que comenzó a ofrecerse desde la escuela.
- Puedes leer también: Prácticas didácticas, creencias y hábitos lectores del profesor en una escuela exitosa en la promoción lectora, de Felipe Munita.
— En este sentido, ¿Es el mediador un tejedor de redes entre la escuela y la sociedad? ¿Conoces experiencias exitosas de alianzas que potencien la formación de lectores?
— Pensémoslo así: cada contexto dibuja unos modos particulares de mediación, por la sencilla razón de que los objetivos varían enormemente en unos y otros casos. Si pensamos, por ejemplo, en la mediación lectora en contextos sociales o en espacios no convencionales, por un lado, y en la mediación lectora en contexto escolar, por otro, encontramos grandes diferencias relacionadas con la razón de ser de cada espacio.
Señalo al menos una: los objetivos que nuestras sociedades le asignan a la escuela en el ámbito de la lectura tienen que ver, entre otros aspectos, con la capacidad de los estudiantes de progresar como lectores durante toda su escolaridad. Esto es, de avanzar hacia obras más complejas y hacia lecturas cada vez más complejas de las obras.
Un objetivo como este requiere unas formas de mediación muy diferentes a las que, por ejemplo, realiza una encargada de biblioteca pública o un monitor de talleres de lectura en hospitales, mediadores que probablemente articularán sus prácticas en relación a otros objetivos socioeducativos.
Lo anterior puede tomarse como un punto de partida para responder a tu pregunta: hay algunos mediadores que trabajan específicamente ese vínculo entre el entorno escolar y social, pero hay otros cuya labor focaliza solo en uno de ellos. Lo importante es tener claro que una buena mediación es aquella que responde a los objetivos propios de su particular contexto de actuación.
Y sí: por fortuna ya sabemos de algunas experiencias exitosas de alianzas entre el espacio escolar y extraescolar. Un par de ejemplos: los laboratorios de investigación creativa de la Casa de la Literatura Peruana, en Lima, o el proyecto de Biblioteca Solidaria, en Uruguay, por no hablar de los muchos CRA de nuestro país que están haciendo un lindo trabajo de acercamiento a la comunidad.
Una buena mediación es aquella que responde a los objetivos propios de su particular contexto de actuación.
— Al formar un lector, estamos formando un potencial mediador de la lectura, ¿qué herramientas debemos darles a los niños para desarrollar este Yo lector/ mediador?
— No estoy tan de acuerdo con la afirmación: formar lectores es una cosa y formar mediadores es otra muy distinta; asimismo, la gran mayoría de los lectores que formemos no serán mediadores de lectura. Es cierto que a veces un lector infantil o juvenil puede actuar como mediador, por ejemplo en un espacio de recomendación entre pares, pero esto no supone que ese niño deba desarrollar una identidad en tanto mediador. Dejémosle disfrutar primero su “yo lector”, y el tiempo nos dirá si ese lector llega a desarrollarse en tanto mediador de lectura.
— Y sobre el Plan Lector que se desarrolla en Chile: ¿Es una oportunidad o una barrera?
— Barrera, si se perpetúan las condiciones con las que lo hemos conocido hasta ahora: lectura (¡a veces de libros de una única editorial que negoció un “paquete” de sus obras como plan lector!) sin ningún tipo de acompañamiento, para luego contestar una prueba escrita que a menudo no tiene ningún interés desde una perspectiva de formación de lectores literarios.
Oportunidad, si el corpus es diverso y responde a una selección de buenas obras publicadas por distintas editoriales y, sobre todo, si se aprovecha la posibilidad de que toda el aula está leyendo lo mismo para abrir un espacio de lectura guiada y de acompañamiento por parte del docente mediador.
— ¿Qué consejos darías a los mediadores de la lectura que están recién comenzando? ¿En qué nos debemos fijar, qué preguntas nos debemos hacer, qué elementos necesitamos para comenzar a mediar?
— Les diría lo siguiente: no olvidemos que el objetivo final de nuestro trabajo no es que los niños “lo pasen bien” en las actividades que hemos preparado (¡lo que por supuesto es genial!), sino que esas actividades e intervenciones, cualquiera que estas sean, les ayuden a construir una identidad lectora en su espacio personal. Y esa identidad supone no solo la capacidad de disfrutar con actos espectaculares relacionados con los libros, sino, sobre todo, de disfrutar de esa actividad de recogimiento, tan íntima y silenciosa, que es el encuentro entre el lector y un texto.
Felipe el poeta
En 2015, Felipe Munita publicó Diez pájaros en mi ventana, un libro de poesía con ilustraciones de Raquel Echenique. El libro tuvo una primera edición limitada a 30 ejemplares, numerados y encuadernados a mano por Notas de Arte.
“Un objeto único, atesorable y heredable a las nuevas generaciones”, sostuvo en aquella oportunidad el equipo de Troquel, el Centro de Estudios de Fundación La Fuente. “Esperamos una edición masiva para que llegue sin temor a todas las estanterías escolares de Chile”, agregó Troquel.
Dos años después, en 2017, esta edición masiva se hizo realidad: Diez pájaros en mi ventana fue reeditado por Ekaré. Hoy puedes encontrar esta obra en nuestras bibliotecas escolares Viva Leer Copec de todo el país, donde está disponible para toda la comunidad.