Entrevistas
Entrevista Félix Vega
Hijo de una madre pintora y de un padre historietista, Félix Vega Encina recibió desde su infancia lo esencial para formarse como autor de narrativa gráfica. Así lo reconoció el dibujante de Los Fantasmas de Pinochet durante el encuentro de asesores del proyecto Viva Leer Copec, en una charla en la que compartió con nuestro equipo diversas experiencias de su trayectoria como autor.
Por Pablo del Valle
A lo largo de casi dos horas, tuvimos la suerte de adentrarnos en el proceso creativo de sus principales obras, entre las que se encuentra Juan Buscamares, una historia de ciencia ficción distópica que se ha consagrado como la novela gráfica chilena de mayor alcance internacional. Conocimos también interesantes detalles de la construcción del relato y el uso del color en historias como Duam y Thor y la mujer águila, su más reciente publicación. Al terminar el encuentro, Félix Vega se dio un tiempo para seguir conversando con más intimidad sobre su obra, su familia y la historia del cómic nacional.
Hace poco se cumplieron 25 años desde la primera publicación de Juan Buscamares, una obra que terminó por convertirte en uno de los autores más reconocidos del cómic chileno. ¿Qué expectativas tenías para tu creación en ese entonces? ¿Te imaginabas el alcance internacional que iba a tener?
A ver, voy a ser honesto. Como tenía el background de mi papá con su trabajo de Mampato y todo lo que hizo, entonces había perdido el miedo. Yo era muy impetuoso y había tenido la suerte de ganar un concurso que incluía una visita a Anguleme, donde se hace el principal festival de cómic en Francia, y había ido con Juan Buscamares aún sin terminar a tratar de venderlo a Europa. Como no estaba terminado, no conseguí firmar contrato con ninguna editorial, pero conocí a varios editores y así empecé a publicar algunas cosas en España e Italia. Cuando terminé Juan Buscamares y publicamos la primera parte en 1996, en blanco y negro en Chile, ya tenía pensado hacer una tetralogía con los cuatro elementos. Como era muy larga, tenía que ir haciéndola en varios tomos, entonces lo dividí en cuatro partes y fui a mostrárselo a los editores de Europa. Ahí me pidieron que lo coloreara y en la puesta de color me ayudó mi papá. Entonces, si te soy sincero, no era que me lo esperara y que confiara ciegamente, era una apuesta grande, pero como en ese momento ya tenía contacto con estas editoriales gracias a los premios y las becas, ya estaba trabajando para ese mercado.
En esa etapa eras muy joven, tenías veinticinco años. Desde entonces ha pasado mucho tiempo. Si te paras en el presente y miras hacia atrás. ¿Cuáles son los hitos de los que te sientes más orgulloso como autor?
Bueno, Juan Buscamares me tiene muy contento. Con Mónica, mi pareja, le decimos el primogénito. Como no tuvimos hijos biológicos, nuestros hijos fueron en forma de novelas gráficas. Duam es como la muchachita esperada y luego vienen los demás. Entonces hay un cariño muy grande y paternal, que no es un orgullo, si no un cariño muy cercano, muy familiar. Al mismo tiempo la felicidad más grande de Juan Buscamares es que en estas reediciones integrales ha tenido más llegada y feedback del público joven y millenial, mucho más que el público de mi generación que accedió a las primeras ediciones. Eso me tiene muy contento. Creo que lamentablemente uno de los factores tal vez sea el cambio climático, que no era tema cuando se publicó las primeras ediciones en el siglo pasado. Me hace mucha ilusión ver que la historia de Juan Buscamares ha envejecido menos que yo. Eso me tiene feliz.
Juan Buscamares inauguró tu trilogía chamánica precolombina, que se completa con Duam y con Thor y la mujer Águila. Todas ellas tienen en común el rescate de la mitología del territorio latinoamericano. ¿Qué es lo que te ha cautivado de esta mitología para hacer tus obras?
Mientras vivía en Barcelona me vi en la disyuntiva de que quería seguir abordando temas fantásticos y me di cuenta de que esta mitología se había incrustado en mi subconsciente desde muy niño. Cuando asistí al museo de historia natural a los cinco años vi el cuerpo que se exhibía del niño del plomo, el Inti Wawa como le llaman las comunidades que le rinden tributo, y me impactó mucho. Yo era más joven que ese niño, que tenía nueve años cuando quedó congelado hace 500 años. Lo volví a ver ya adulto en una visita privada y me volvió a remecer, entonces al contemplar ese cadáver que parece que estuviera durmiendo, se generó una marca que me cuesta definir o analizar. Yo creo que está a nivel subconsciente, onírico, y en ese nivel luego se ha ido permeando en las historias que he ido haciendo, con Juan Buscamares y los incas, Duam y una aprendiz de machi mapuche, y ahora en Thor y la mujer águila, con una chamana iroquesa, que es una nativa norteamericana. Yo creo que va por ahí, desde la infancia me ha llamado la atención.
Imagino que tu niñez estuvo marcada también por la presencia de tu papá, Óskar, que fue historietista y el primer dibujante de Mampato. ¿Cómo influyó en ti el tiempo compartido con él para luego convertirte en autor?
Fue una influencia absoluta, porque desde niño, cuando lo miraba dibujar, yo le pedía que me dibujara cosas o que incluyera ciertas cosas en las historias de Mampato. Le decía que pusiera un calamar gigante, tiburones y ese tipo de cosas que me gustaban, y él a veces me daba el gusto. En las reediciones de Los viajes en el tiempo de Mampato que editó Planeta se ven esos caprichos que le pedía. Cuando yo lo miraba dibujar, cuando le pedía que me dibujara tal cosa, ver el papel en blanco primero, verlo poner el lápiz sobre el papel después y que fuese apareciendo la imagen de lo que yo le demandaba, era para mí un acto de magia. Recuerdo que me producía una risa nerviosa incontrolable, porque era estar viendo un mago haciendo aparecer algo. También fue preponderante para mí mi madre, que era pintora y que me enseñó mucho el sentido del color, el no tenerle miedo. El perderle el miedo al color, sumergirme en él, ha sido un poco el sello de mi trabajo y de mis novelas gráficas, que yo siempre digo que son también novelas plásticas, porque hay una búsqueda pictórica y el color tiene una intención que se hace parte de la narrativa del relato.
Volvamos un poco al trabajo de tu padre. ¿Qué dirías que significa Mampato en la historia del cómic chileno?
Mampato es bien determinante, creo que es para mí el personaje más importante. Hay gente que se enoja cuando lo digo y ponen el tema de Condorito, que ha tenido mucha más proyección internacional. Eso es verdad, pero cuando vas a Colombia, a Perú o a México, muchas veces no creen que es chileno, porque la chilenidad de Condorito no es tal, es un personaje más bien latinoamericano. En cambio, a Mampato se le ha hecho muy difícil salir de Chile y eso es porque es mucho más chileno. Para mí Mampato en todas sus versiones es mi personaje favorito de la historieta chilena. Además, tiene dos cosas fantásticas que son muy difíciles de encontrar. Una es que te enseña sin que tú te des cuenta, tú lees cualquier aventura de Mampato y aprendes algo nuevo. Lo otro es que la puede haber leído un niño hace cincuenta años y si eres niño o niña hoy en día y la lees te entretienes tal como se entretenía ese niño hace cincuenta años. Entonces todos lo pasan bien y aprenden: el abuelo, la abuela y los niños o niñas que son sus nietos. Es una cosa irrepetible y encuentro que eso es extraordinario.
Desde las primeras apariciones de Mampato, pasando por la época en que publicaste Juan Buscamares hasta el día de hoy, la historia del cómic chileno ha pasado por varios cambios. ¿Cómo evalúas la evolución del panorama del cómic en Chile?
Imagínate, son cincuenta años de historia. Estamos hablando de la época de Mampato, que aún era la que los dibujantes más viejos denominaban la edad de oro de la historieta chilena. A la vez, había una enorme cantidad de revistas que salían sobre diferentes temas: revistas de western, de guerra, de ciencia ficción, picarescas, infantiles… Tenían unos tirajes impresionantes, impensables hoy en día. Hay cosas que la gente a veces no sabe, como que la revista Mampato seguía vendiendo bastante cuando la cerraron, quizás no los cien mil ejemplares que vendió alguna vez, pero creo que vendía en torno a los siete mil. Lo que pasó es que se había masificado la telefonía en Chile y eso hizo que proliferara la impresión de guías telefónicas, las famosas páginas amarillas. Una de las razones de que se cerrara Mampato fue para poder imprimir estas guías telefónicas, que era un negocio extraordinario en aquel entonces. Hoy en día no existen las guías telefónicas, pero sí existe Mampato.
Después de una etapa oscurísima en la dictadura, mi padre y varios colegas quedaron sin trabajo. Siempre hay que reivindicar el caso de Condorito, que luego de que Pepo lo empezara a dibujar necesitó el apoyo de más dibujantes. Condorito se convirtió en una especie de salvavidas para dibujantes a veces extraordinarios y famosísimos que no tenían trabajo y que en Condorito dibujaban anónimamente, así como otras licencias… Recuerdo que mi papá dibujó muchas cosas de Disney también en aquella época, ya sea para Chile o para el extranjero. Luego con la llegada de la democracia parecía que se venía un destape equivalente al de España con las revistas Trauko, Bandido, o Matucana, pero ese destape nunca llegó. A pesar de que se publicaron maravillosos títulos en los noventa, la gran mayoría fracasaba porque dependía de la venta en kioskos. Era muy complicado, esos años fueron como una travesía en el desierto para las autoras y autores de cómics en Chile.
¿Qué pasó luego? ¿Cómo llegamos a la actualidad, en que se publican y venden tantos cómics?
Bueno, ese largo período de sequía se ha ido revirtiendo con un fenómeno que es el de la famosa nomenclatura novela gráfica. El hecho de que ya no sean historietas ni cómics ni monitos, si no novelas gráficas, hizo que nuestros trabajos entraran en las librerías mainstream. Salimos de la librería ñoña, en la cual tenías que ser un poco amigo del librero para que tu cómic estuviera ahí, porque lo que se vendía eran Batman y manga. Luego, al entrar en las librerías mainstream a través de editoriales medianas pequeñas y grandes, muchas personas empezaron a comprar cómics, porque además se encontraron con historietas que estaban contando cosas nuevas. A lo mejor me equivoco, pero esa movida ayudó a que haya un reconocimiento y a que se venda mucho cómic hoy en día.
Los fantasmas de Pinochet es una de tus últimas publicaciones. ¿Qué más se viene en adelante? ¿Podrías contarnos qué tienes ganas de hacer?
Estoy trabajando en otro proyecto con Francisco Ortega, que va a ser un libro álbum o libro ilustrado, no una novela gráfica, sobre mitología chilena. El próximo año debería salir. Personalmente estoy con muchas otras historias en la cabeza. A pesar de que había cerrado esta trilogía chamánica, en las historias empiezan a colarse un poco esos resabios precolombinos, latinoamericanos, que siempre vuelven a aparecer. Hay una cosa ahí que me persigue siempre y que me gusta, que es este sentido originario, de pertenencia a la tierra, que no tiene que ver con el patriotismo, si no con un amor al territorio en el que te tocó nacer.
Para ir cerrando te voy a pedir tres recomendaciones para lectores de cómics. Vamos a comenzar con rescates. ¿Hay algún cómic chileno antiguo que te gustaría recomendar?
Hay un cómic muy extraordinario de Mario Igor que es una adaptación de Sigfrido que está reeditado. Salió en el suplemento de historietas del diario La Tercera en 1980 y después lo recopiló la editorial Visuales en un tomo que recomiendo absolutamente. Y bueno, siempre Mampato, por supuesto. Hace poco editamos esta recopilación de los Mampatos perdidos de mi papá, en dos tomos de editorial Planeta que están restaurados con mucho amor y son una edición muy impecable. Valen la pena tenerlas porque son una muy bonita edición que puede ser leída y compartida por toda la familia.
Segunda recomendación. ¿Algún autor o título del cómic chileno actual?
Ahí siempre se enojan los colegas porque se me olvida gente, pero hoy en día hay mucho para elegir. Yo le tengo muchas ganas a una novela gráfica que hizo Jorge David, el doctor Zombie, que se llama Los juicios de Chile. También hay otro que pasó desapercibido porque tuvo la mala suerte de que lo lanzaron cuando empezó la pandemia, que es Leviatán, de Martín Cáceres. Tiene un dibujo y una historia increíble. Además, es parte del Universo de Francisco Ortega con Nelson Daniel, que también hicieron 1899 y 1959. Esta trilogía la completa Leviatán, que tiene un subtítulo que lo dice todo: Las aventuras de Arturo Prat en las montañas de la locura. Arturo Prat y Lovecraft. Lo recomiendo mucho dentro de lo último que ha salido.
Ahora, para terminar: ¿nos recomendarías uno o dos cómics universales que te hayan marcado a lo largo de tu vida?
A mí lo que más me marcó fue Moebius, sobre todo las historias de Moebius con guion de Moebius. Cuando tenía 14 años vi una historia muy corta de él que se llamaba Balada, y me marcó de tal manera que ahí yo decidí seguir por el camino de la historieta, como mi papá. Me enamoré del formato con esa historia. Así que recomiendo lo que puedan encontrar de Moebius.
Otro gran referente mío es El Eternauta en sus dos versiones, con guion de Héctor Oesterheld, para muchos el más extraordinario guionista de cómics de la historia. La primera versión la hizo con Solano López y luego otra con Alberto Breccia. Me gustan ambas. También recomiendo Corto Maltés, de Hugo Pratt, que me marcó mucho. Si te gustan los buenos diálogos, estos son exquisitos. Y bueno, hay muchas cosas más difíciles de pillar, generalmente cómics europeos, como los cómics de Rubén Pellejero, el actual dibujante de Corto Maltés. Otro que me gusta mucho de los norteamericanos es Daniel Clowes, que hizo Ghost World, un cómic que convirtieron en película, y otro más extraordinario que se llama Como un guante de seda forjado en seda. Y ya si nos vamos a los inicios, hace más de un siglo, a principios de 1900, está Winsor McCay con Little Nemo. De ahí viene Moebius, de ahí viene Clowes. Todo el cómic viene de ahí.