Entrevistas
Conversamos con Manuel Peña Muñoz
Profesor, escritor, académico y amante de la literatura, llegó a fines de los setenta desde España con un posgrado en literatura infantil con el objetivo de capacitar profesores y bibliotecarios. Lo miraron con cara de espanto. Hoy, cuando el mundo de la mediación de libros, los autores y las editoriales de literatura infantil crecen por doquier, conversamos con él y aprovechamos de nutrirnos con su experiencia.
Por Carla Davico, desde Puerto Montt
Hacemos una pausa en medio de la jornada de capacitación de encargadas de bibliotecas escolares Viva Leer. Manuel Peña ha deslumbrado a la audiencia, encantándolos con las narraciones clásicas y sus múltiples anécdotas. Nos sentamos a tomar un café y, con el sonido de la lluvia como telón de fondo, conversamos sobre bibliotecas, mediación y literatura para la vida.
—¿Cómo ves el panorama de la mediación en Chile, en Latinoamérica y en regiones?
—Interesante tu pregunta porque en el pasado la mediación de la lectura no existía. La mediación la hacía el profesor de castellano, que muchas veces pasaba materia relacionada con la gramática, con la lingüística, pero no veía la mediación lectora porque no existía ese concepto. El profesor pasaba un libro y los niños tenían que hacer un resumen o analizar los personajes. Yo creo que la mediación ha venido en los últimos años porque se ha perfeccionado la literatura infantil. Han aparecido nuevos géneros: el libro álbum, el libro silente, la novela gráfica. Entonces los mediadores de lectura se han perfeccionado en talleres, en seminarios.
Han aparecido las bibliotecas escolares de manera muy marcada y bibliotecas muy interesantes y bien surtidas, entonces ya el mediador es un profesional especializado en literatura infantil y en fomento de la lectura. Ya no es el profesor que enseña los verbos y la gramática, sino el que acerca los libros a los niños y a las niñas, el que tiene el conocimiento de la literatura infantil, de sus géneros literarios y de sus autores y el que despierta el gusto por la lectura.
Esto lo he visto muy desarrollado en países como Colombia, que, de toda la región de América Latina, me parece que es el que tiene mayor desarrollo en el hábito de lectura y en la formación de los mediadores, especialmente en ciudades —al menos dentro de lo que más conozco — como Medellín. En ella hay mediadores de muy buena calidad, muy bien formados. Fomentan el libro y el gusto por la lectura a través de distintos programas, por ejemplo, de lectura en voz alta, programas para leer en grupo, de mostrar los libros o la experiencia del Kamishibai, que también en los últimos años se ha desarrollado.
En Argentina también tienen muy buenos mediadores porque tienen un conocimiento de la literatura infantil bastante grande en los últimos años y, por tradición, el público argentino es un público lector. Ellos han desarrollado mucho la mediación de la lectura y la práctica de la narración oral, entonces, en bibliotecas, en escuelas, desarrollan la actividad de los cuentacuentos, que también es una manera de fomentar la lectura.
Destacaría Colombia, Argentina y México como países que han desarrollado mucho la mediación lectora. Y en Chile, en los últimos años, también, sobre todo en regiones y en comunas. Por ejemplo, ayer estuve en Renca. Me quedé pasmado con una biblioteca maravillosa, nunca había visto una de esas características. Tienen un muy buen desarrollo de la mediación lectora. Tiene además un salón de actos. Ayer participé ahí, en programas para sensibilizar a los niños en el gusto por la lectura y en la riqueza de los libros infantiles de los últimos años, porque, claro, ya no es el libro escolar. Antes el libro estaba relacionado con la pedagogía, con la escuela. Hoy día el libro infantil está relacionado con la recreación y con el goce lector, por eso el profesional ya no es el profesor de Castellano, sino que participan en la mediación lectora profesionales de otras áreas.
En los talleres que hago en la Escuela de Literatura y Oralidad Casa Contada, tengo estudiantes que son farmacéuticos, médicos, abogados, psiquiatras. Unos poquitos son profesores de literatura y de lenguaje y comunicación, pero la mayoría procede de otras áreas y son especialistas en literatura infantil y son mediadores de lectura no solamente desde un punto de vista escolar, sino en sus familias.
He estado en pueblos bien apartados y he visto bibliotecas muy lindas, como las creadas por la Fundación La Fuente. Son bibliotecas modernas con profesionales del libro infantil. Estuve en Teno, que es un pueblo. El bus me dejó en el camino y tuve que tomar un taxi para entrar al pueblo y, sin embargo, la biblioteca que estaba allí era extraordinaria, quedé sorprendido. Con bibliotecarios también profesionales. Vi, por ejemplo, el tipo de muebles que tenían, la selección de los libros, el entusiasmo del mediador de lectura. Entonces es una actividad ya distinta a la del bibliotecario tradicional que ponía fichas o prestaba libros.
El encargado de la biblioteca de hoy, sobre todo de las bibliotecas creadas, tiene una capacidad humana también, personal, que lo distingue del bibliotecario tradicional y eso yo creo que marca la diferencia: es una actitud humana, de entusiasmo por los libros y eso provoca que el niño o el joven que se acerque se entusiasme por la lectura porque hay un profesional capacitado que le gusta y que lo transmite por su propia iniciativa.
Yo estudié en un colegio muy bueno de Valparaíso, de los mejores, sin embargo, ni siquiera tenía biblioteca. ¿Y mediación de lectura? Eso no existía, es un concepto moderno. Las clases de literatura –de castellano, que se llamaban– eran clases de verbos. Teníamos que conjugar verbos, pero no había gusto por la literatura, eso lo desarrollé yo, por mi cuenta, de forma paralela, pero en el colegio no se fomentaba el gusto por la lectura.
—¿Hace cuántos años crees que está pasando esto?
—Yo me especialicé en Literatura Infantil en España y cuando llegué y propuse cursos de esta disciplina para formar a bibliotecarios y profesores (no se decía mediador de lectura), me dijeron:
—¿Pero cómo literatura infantil? Si ya tenemos talleres infantiles para niños.
—No, si no es para niños, es para adultos– decía yo.
—¿Pero no es infantil?
No entendían, no estaba ese concepto. Hablo del año 1980. Después, con el tiempo, empezaron a desarrollarse un poco más los talleres y los seminarios, pero yo diría que a partir del año 2000 se empezó a hablar de mediación de lectura.
En los cursos y talleres que yo hacía en los ochenta y noventa empezó a participar más y más gente. Ya después vinieron profesionales de otros países. La primera profesional que vino fue la escritora que me formó a mí, Carmen Bravo Villasante. Vino en el año 1979 porque fue ese año el Año Internacional del Niño. Convocó a mucha gente y ahí los profesores o bibliotecarios empezaron a interesarse en el género de la literatura infantil. Pero ni siquiera había libros infantiles en Chile, eran los libros escolares nada más. Yo escribí una historia de la literatura infantil chilena y en el año en que la escribí, 1981, la conclusión decía que el panorama de libros infantiles en Chile era desolador porque no había libros.
María José Ferrada es una profesional de nivel extraordinario, es como Gabriela Mistral pero actual, por los temas que trata, la forma de tratarlos, la calidad de los libros, el sentido cosmopolita, internacional, porque no es una autora que esté en Chile, tiene una dimensión internacional.
Ahora, que estoy actualizando el libro, tengo que cambiar la conclusión porque es todo lo contrario. Hay un desarrollo extraordinario de la literatura infantil en Chile. Yo creo que es uno de los países más destacados de Latinoamérica, con autores como María José Ferrada, por ejemplo, que ahora obtuvo el premio Cervantes de Literatura Infantil, en España, en Alcalá de Henares. María José Ferrada es una profesional de nivel extraordinario, es como Gabriela Mistral pero actual, por los temas que trata, la forma de tratarlos, la calidad de los libros, el sentido cosmopolita, internacional, porque no es una autora que esté en Chile, tiene una dimensión internacional.
—¿Por qué es tan importante la animación lectora o la lectura en voz alta para acercar a los niños a la lectura?
—La lectura en voz alta potencia el cuento. Hans Christian Andersen llegó a escribir libros porque primero los contaba en voz alta. Por eso sus cuentos se prestan para la lectura en voz alta, porque de allí proceden.
El cuento infantil está muy ligado a la oralidad, a la forma en que tú narres, por eso es tan importante la formación del mediador de lectura, que pueda ser capaz de contar un cuento y narrarlo, leerlo en voz alta. Gabriela Mistral lo dice también, porque ella le dio mucho valor al cuento oral: “Si el narrador no tiene buena voz para narrar, medios hay de que la eduque”. O sea que tiene que preocuparse de saber leer, respirar, pronunciar, darle inflexiones a la voz, sin exagerar, pero que sea una lectura expresiva.
—¿Cuál crees que es la importancia de la literatura?
—Es la formación del mundo interior, de tu imaginación y creatividad, que le va a servir a las niñas y niños en cualquier actividad que después desarrollen en su vida adulta, sean médico, farmacéuticos, lo que sea, va a utilizar la creatividad. La literatura desarrolla el lenguaje, la inteligencia y, sobre todo, el mundo interior. Te forma en tu vida personal.
En el colegio en que estudié nos hablaban mucho del mundo interior. Fue un concepto que a mí me quedó para siempre. Tú vas formando tu mundo interior, lo vas amoblando. En España oí esa expresión, que dice: “Tienes la cabeza bien amoblada”, es decir, está bien preparada para la vida porque se ha formado a través de los libros. Y distintos autores que tú vayas eligiendo en el camino. Para eso sirven los clubes de lectura.
En las bibliotecas puedes fomentar clubes de lectura para que vayan grupos de niños, jóvenes o adultos y que puedan conversar, que tengan conversaciones literarias sobre los libros que han leído. También es una actividad de biblioteca, para que no sea solo un lugar de préstamo de libros, sino un lugar de encuentro. En la biblioteca del Centro Cultural de España, en Santiago, tengo un club de lectura que, ahora se hace en forma virtual, pero que lo llevo hace diez años. Nos juntamos una vez al mes y leemos un libro. La última vez nos juntamos 25 personas a hablar de un libro. Eso es muy lindo porque no solo fomenta el análisis, sino que la interacción con otras personas que leyeron lo mismo y se genera una experiencia de lectura compartida. Eso es muy interesante, porque se establecen relaciones humanas.
—¿Cuál es la importancia de la literatura en tu vida?
—Siempre pongo este ejemplo: cuando me fui a vivir a mi condominio, ya hace 25 años, en la entrada había un inmenso aromo que daba flores amarillas. La copa daba justo a mi dormitorio, entonces yo estaba feliz. Un día me asomé por la ventana, en plena floración, y estaban todas mis vecinas mirando hacia arriba el aromo florecido. Y yo bajé también a alabar el aromo. Pero mis vecinos estaban apuntando y diciendo: “¡Hay que botar este árbol, miren cómo tiene ahí las flores, hay que estar barriendo todo el tiempo, mejor poner baldosas, este árbol viejo, las raíces van a destruir el alcantarillado, las canaletas se tapan con las hojas y las flores”. Yo dije: esta gente no leyó nunca un libro en su vida. He ahí la diferencia entre quien lee y el que no lee. Si hubieran leído Aromos, por ejemplo, de Nicanor Parra, o hubieran leído a Jorge Teillier, no habrían botado el aromo.
Se pusieron todos de acuerdo y fueron a la municipalidad, indignados con el aromo. Una vieja dijo: “Es que con los troncos podríamos hacer asientos para sentarnos”. Ahora, en vez de aromo, tenemos cinco cilindros de tronco y cinco viejas sentadas, una en cada tronco. Y hay baldosa. “¡Mucho mejor la baldosa porque se limpia rápido! El aromo dejaba todo sucio con las flores”. Nunca leyeron un poema ni tuvieron sensibilidad ecológica. No es solamente la belleza del árbol, sino que era además el pulmón del condominio, el único árbol que había. “No, mejor las baldosas”. En plena floración me botaron el aromo. No leyeron. Ahí está la importancia de la lectura.