Entrevistas
Conversamos con Andrés Montero, Premio Medalla Colibrí 2021
Andrés Montero es escritor y narrador oral. Su reciente obra "Por qué contar cuentos en el siglo XXI" (Casa Contada Editorial) ha obtenido la Medalla Colibrí 2021 en la categoría Teoría, crítica y fomento de la literatura para niños y jóvenes.
Por Carolina Ojeda Muñoz.
Andrés Montero es escritor y narrador oral de reconocido prestigio tanto en Chile como en el extranjero. Es cofundador de la Compañía La Matrioska y de la Escuela de Literatura y Oralidad Casa Contada, la que también dirige. Ha recibido el Premio Marta Brunet, el Premio Municipal de Santiago y el Premio Pedro de Oña. En 2017 obtuvo el X Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska de la Ciudad de México por su novela Tony Ninguno (La Pollera Ediciones).
Su último galardón es la Medalla Colibrí 2021 por el ensayo Por qué contar cuentos en el siglo XXI (Casa Contada Ediciones), donde recopiló anécdotas, experiencias y reflexiones de narradores orales de Hispanoamérica. En este libro, Montero genera una hilo conductor a través de sus propias reflexiones en torno a la acción de contar cuentos, y de eso nos habla en esta entrevista.
Desde tu experiencia como narrador oral, ¿por qué crees que es importante contar cuentos?
Creo que la práctica, el rito, si podemos llamarlo así, de un encuentro en torno a la palabra y las historias saca a la luz una parte esencial de los seres humanos que me parece muy bonita. Me da esperanza que todavía podamos disfrutar de algo tan sencillo. Hay otras cosas, claro: el desarrollo de la imaginación, la creatividad, etcétera, pero si tengo que decir qué es lo más importante para mí es eso: el encuentro.
En este libro recopilas experiencias diversas de narradores alrededor del mundo, pensando en cómo escuchar cuentos afecta positivamente a las audiencias. Para el narrador, ¿cómo es este proceso? ¿Cómo ves la reciprocidad de esta experiencia?
El arte de contar cuentos es un diálogo entre quien cuenta y quien escucha. Si no, no existe, no se completa. La experiencia de contar y escuchar es similar, porque todos vamos viendo el cuento en nuestro “cine interior”. Quizá la diferencia más importante es que quien cuenta se nutre de la escucha activa y el cuento va creciendo, transformándose de contada en contada. Hay cuentos que cuento y que me gustan mucho, pero que me he tardado años en terminar de entender. La comprensión se da en el diálogo, y ese es un aprendizaje fundamental para los narradores, porque trasciende al acto mismo de contar.
¿Cuál es el efecto que genera escuchar un cuento? Desde tu experiencia, ¿es muy distinto a leer un cuento?
Primero hay que decir que no cualquier cuento contado por cualquier persona en cualquier lugar tendrá el mismo efecto, ni siquiera necesariamente un efecto positivo. Lo mismo que con la lectura. Pero suponiendo que las condiciones son buenas, lo que genera un cuento bien contado es una inmersión en la historia: un viaje. De ahí que se desarrolle la imaginación y la creatividad, o que pueda ser un espacio de libertad. Con un cuento leído puede pasar exactamente lo mismo, pero hay matices. Ya Edgar Allan Poe hablaba de la unidad del tiempo como condición esencial de un cuento, es decir, que se pueda leer en un máximo de dos horas, sin interrupciones. No pasa siempre con la lectura porque podemos dejarla interrumpida cuando queramos, pero en el cuento contado no se puede, porque es efímero: si vamos al baño y volvemos nos perdimos la historia. Esa es una de las diferencias fundamentales, y lo que produce una inmersión más profunda y, por tanto, más rica como experiencia.
Empezando la adolescencia, dejamos de contar y de escuchar cuentos. ¿Cómo podemos recuperar a esos oyentes? ¿Y por qué sería importante hacerlo?
Tengo la impresión de que eso ha ido cambiando en los últimos años; al menos los colegios cada vez programan más narradores orales en las actividades escolares, tanto para niños pequeños como para los más grandes. Creo que la única forma es esa: viviendo la experiencia y entendiendo que los cuentos no tienen edad. Para eso, claro, es fundamental que los narradores tengan repertorio adecuado a públicos de distintas edades, porque si voy a contarles una versión Disney de La Cenicienta a chiquillos de tercero medio me la van a tirar por la cabeza. Sin embargo, considero que el público adolescente, en particular, es el mejor: cuesta entrar y entusiasmarles, pero si lo logramos, son por lejos el público más comprometido. Así que creo que es cosa de hacerlo y hacerlo bien. Para eso también debemos formarnos como narradores, constantemente. Y en otro ámbito, está la importancia de seguir contando cuentos en casa: tal vez una mamá, un papá, ya no va a poder ir en la noche a contarle un cuento a su hijo de quince años, pero sí podrá contar historias familiares, por ejemplo, en un almuerzo. No requiere mucho más que las ganas de hacerlo y que las condiciones mínimas estén presentes. Principalmente, que cualquier aparato electrónico, como la tele o los teléfonos, estén apagados en ese momento. No podemos escuchar a dos contadores de historias al mismo tiempo.
¿Cómo deben ser los cuentos para contar? ¿Breves, divertidos, de terror, con muchos o pocos personajes?
Dependerá del contexto, pero en mi experiencia lo que más disfruta el público son los viejos, largos cuentos, especialmente de la tradición oral. En la radio o la tele deberán ser muy breves, si los niños son muy pequeños no deberían durar más de diez minutos (aunque pueden contarse varios). En la tradición oral vemos que siempre hay pocos personajes, eso nos da una pista sobre por qué fueron esos cuentos los que sobrevivieron en el tiempo: eran más fáciles de escuchar y recordar. En realidad, lo más sencillo es mirar los cuentos de la tradición y pensar eso: por qué llevan tantos siglos de boca en boca, por qué la gente los quiso seguir escuchando y contando. Ahí están todas las respuestas. Eso explica también por qué los narradores orales se han volcado en los últimos años a contar la tradición: son cuentos listos para contar. Con cuentos de autor hay que hacer un trabajo más delicado, hay que “oralizarlos”.
¿Qué libro estás leyendo ahora? ¿Lo recomiendas?
Terminé hace muy poco Un amor, de Sara Mesa, y me encantó. Lo recomiendo mucho. Me dejó muchas preguntas, lo que me hace recordar que una amiga cuentera, hace poco, me decía que ella cuenta los cuentos que le hacen preguntas. Tal vez también vale para los libros: me gustan los libros que no termino de entender, que me dejan preguntas, que invitan a conversar. Al encuentro, ¿no?