Te invitamos a a sacar el mate, ponerte cómodo y disfrutar de un relato de expediciones, tesoros y ciudades perdidas. Por: Daniela Happke, asesora de proyectos de la región de Magallanes.

Quien visite Magallanes por primera vez se encontrará con  dos ritos obligatorios: tocar o besar el dedo del pie del indio patagón de la Plaza de Armas y comer calafate. La leyenda dice que ambas costumbres garantizan el regreso de los viajeros a estas tierras.

 Y es que en cada lugar de la zona Sur de Chile, mitos y leyendas se funden con lo cotidiano. Encantos, brujos y otros seres determinan muchas veces el sentir y actuar de quienes habitan estos espacios. Para impregnarte tú también en este sentir sureño, te invitamos a sacar el mate, ponerte cómodo y disfrutar de una historia de expediciones, tesoros y ciudades perdidas.

“No es dado a ningún viajero descubrirla aun cuando la ande pisando. Una niebla espesa se interpone siempre entre ella y el viajero, y la corriente de los ríos que la bañan refluye, para alejar a las embarcaciones que se aproximan demasiado a ella. Sólo al fin del mundo se hará visible, para convencer a los incrédulos de su existencia”. Relación sobre el descubrimiento de la Ciudad de los Césares, Nicolás Mascardi.

Probablemente hemos escuchado muchas historias sobre ciudades encantadas, de las que se dice, son tierras ricas y fértiles, e incluso, donde su organización social y política recuerda las tan anheladas utopías. Tal vez el primer acercamiento a este mito lo hayamos tenido en la escuela, al leer o escuchar la historia del teniente Bello, aquel piloto que se pierde en el desierto y que al despertar se encuentra en Pacha Pulai, una ciudad de conquistadores españoles, en el siglo XVI.

Si bien su ubicación geográfica es incierta, la mayoría de los relatos apuntan al Sur de Chile como el territorio en que se encontraría esta ciudad mítica, conocida como “La Ciudad de Los Césares” o “Trapananda”. Del siglo XVI datan las primeras versiones que ubican a esta misteriosa ciudad en algún lugar del sur.

El escritor e investigador magallánico Mario Isidro Moreno, en su libro “Mitos y leyendas de Magallanes”, rescata la creencia de una ciudad de incas y españoles oculta en algún lugar de la Patagonia, entre Chile y Argentina. “Hispánicos que regresaban de sus expediciones hablaban de una ciudad perdida, habitada por indígenas y españoles donde abundaba el oro y la plata” explica. Esta idea toma mayor fuerza en 1540 cuando, luego del naufragio de una embarcación en aguas del Estrecho de Magallanes, surge el rumor de que sus sobrevivientes, todos expedicionarios, habrían fundado una ciudad en la Patagonia junto a indígenas que poseían la fuente de la juventud. Tanta fuerza tomó, que la búsqueda de la Ciudad de los Césares seguía alcanzando ribetes no solo míticos, sino que también geopolíticos. Dos siglos más tarde, las autoridades seguían pensando en expediciones que lograran dar con ella. Una de las versiones rescatada por Oreste Plath, indica que efectivamente se realizó esta expedición al mando de Ignacio Pinuer, quien sitúa esta ciudad en una de las islas del Lago Ranco y cuyos pobladores habrían llegado de las ciudades de Valdivia, Villarrica y Osorno. Pinuer detalla una ciudad con fortalezas, armas y edificios de plata y oro. Pero eso no es todo: En la Ciudad de los Césares no solo se encontrarían riquezas materiales. También existiría una envidiable organización política, que repercutiría en que sus habitantes encuentren la felicidad plena.

Libros que son parte de la colección de algunas de nuestras bibliotecas Viva Leer.

Pero en 500 años de búsqueda de conquistadores, exploradores, andinistas y periodistas, ninguna versión habla de un camino fácil, ya que el acceso a este lugar sería a través de una caverna sin fin por la que circula un ferrocarril que transporta a hacia el lugar. Otras teorías apuntan a que es una gran isla que se va desplazando hacia el sur para no ser descubierta. Lo más probable es que si aparece ante los ojos de alguien, sea justamente ante un viajero que no anda con afán de descubrirla. Y, si alguien alguna vez entra, olvida inmediatamente el camino por el que llegó, tal como en los relatos de abducciones extraterrestres.

Pero las intenciones de acceder a ella siguieron vivas incluso en el siglo XX, llegando a ser parte de los intereses del Departamento de Arqueología del régimen Nazi que, con la intención de encontrar reliquias sagradas, enviaron a dos hombres para que rastrearan el destino que había tenido el Bastón de Moisés, con el que se habrían abierto los mares para dar paso al pueblo hebreo. En los testimonios recogidos en el libro “Dioses” de Francisco Ortega, se dice que en el año 1938, dos enviados alemanes partieron junto a un grupo de veinte hombres rumbo a la Ciudad de Los Césares, dispuestos a hacer el descubrimiento en nombre del Fuhrer. Tomaron como referencia las versiones que situaban la Ciudad cerca del lago de Todos los Santos, detrás del Volcán Osorno, sin embargo, la delegación sería una de las tantas que no regresó. Nunca más se volvería a saber de ellos.

Moreno apunta a que la codicia española por los metales nobles y piedra preciosas, estableció este tipo de creencias en el imaginario de los conquistadores, divulgándose generación tras generación, al igual que la idea de la Fuente de la Juventud. Su contenido mítico y simbólico ha permitido que estas narraciones perduren, aunque hayan pasado 500 años.

Creamos o no, el caracter mítico de esta geografía, hace que estos relatos sean releídos y reversionados, incorporando otros sucesos mágicos propios de la tradición oral; pero también metafóricos, donde los habitantes de un espacio en crisis siguen en la búsqueda de una sociedad cuyas características sean favorables para el desarrollo del bienestar personal y colectivo.

Si quieres interiorizarte en esta historia, puedes encontrar en las bibliotecas escolares Viva Leer las obras: Viaje de Antón Páez a la Ciudad de los Césares, de Pedro Prado; Geografía del mito y la leyenda chilenos, de Oreste Plath; Dioses chilenos, de Francisco Ortega; Código América, de Carlos Basso.

Por supuesto, también puedes hacer eco de la tradición oral y compartir este relato en la próxima reunión con familiares y amigos.