Reportajes
Sentarse a escribir: ¿en qué estaban pensando las grandes cuentistas?
Hablar de “literatura femenina” es cosa tramposa, ya que implica la existencia de determinadas características que la distinguen de una literatura masculina. No obstante, pareciera ser que literatura masculina equivale simplemente a la literatura a secas, lo que dejaría a la literatura femenina como una categoría, un subgrupo. ¿Cómo unificar la tremenda diversidad de cuentistas mujeres? ¿Qué elementos tienen en común?
Por Carla Davico
Cuando pensamos en grandes cuentistas, los primeros nombres que se vienen a la mente podrían ser Cortázar, Borges o algún otro célebre escritor mencionado en el artículo anterior Sentarse a escribir: ¿En qué estaban pensando los grandes cuentistas?. ¿Pero acaso no hay cuentistas mujeres? Por supuesto, muchas y del mismo nivel, sin embargo, la historia las ha posicionado en un lugar diferente, una isla rara de literatura femenina, íntima, de cosas de mujeres.
Virginia Woolf en Una habitación propia nos habla de la dificultad que tuvo al intentar dar con la relación entre la mujer y la escritura. No era la misma que la del hombre y la escritura. Había un eslabón que faltaba y que no podía darse por hecho: “una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir”. Dinero para el lujo de ser letrada. Habitación para el lujo de tener momentos de independencia. Y así podemos seguir imaginando más barreras que sin duda relegaron a muchas plumas talentosas a otras expectativas sociales.
Por otra parte, aquellas autoras que lograron serlo, como la misma Woolf, no fueron fácilmente incluidas en el canon literario. “Las mujeres escritoras en esa época parecían como estas tías locas que uno escucha hablar y de las que luego se da cuenta estuvieron diciendo verdades todo el tiempo, solo que uno no las escuchó porque estaba escuchando al señor de la familia”, da en el clavo la argentina Samanta Schweblin en entrevista con La Fuente.
Los escritos de Silvina Ocampo y María Luisa Bombal sufrieron prejuicios similares y su repercusión literaria fue mucho más tardía que la de sus contemporáneos masculinos. De alguna manera, las cuentistas, al igual que las tías locas, han tenido que ser “descubiertas” con posterioridad.
Hablar de “literatura femenina” es cosa tramposa, ya que implica la existencia de determinadas características que la distinguen de una literatura masculina. No obstante, pareciera ser que literatura masculina equivale simplemente a la literatura a secas, lo que dejaría a la literatura femenina como una categoría, un subgrupo. ¿Cómo unificar la tremenda diversidad de cuentistas mujeres? ¿Qué elementos tienen en común? Y aquí nos encontramos con otro prejuicio imperante: las mujeres solo hablan de cosas de mujeres. Al respecto la argentina Mariana Enríquez considera que “la experiencia íntima o personal de las mujeres ha tenido, por cuestiones históricas que conocemos, un subregistro importantísimo, y es lógico que muchas autoras se inclinen hacia esa zona de la experiencia, y a querer narrarla, porque es una voz que falta o, en todo caso, que no sobra”. Constatamos, además, que muchas otras autoras se interesan en otros temas, como el terror, en el caso de Enríquez; la fantasía, como Ursula K. Le Guin; lo cotidiano realista, como la chilena Paulina Flores; y un largo etcétera, que mejor resume Enríquez: “ninguna escritora debe escribir sobre algo en particular, ni que un tema le queda mejor que otro. Pensar que hay un género especializado es un confinamiento muy limitado que no da cuenta de que tenemos la libertad de escribir cualquier cosa que deseemos escribir”.
Tal vez la característica que mejor unifica a todas las cuentistas femeninas es justamente el manto de barreras culturales y sociales que las cubre. Toca descubrirlas. Los lectores leemos lo que tenemos a disposición. Por ende, mientras más amplio sea el abanico de autores por conocer, mayor será nuestra libertad de elección.
Veamos a continuación qué estaban pensando las grandes cuentistas al momento de sentarse a escribir:
La mente entera debe yacer abierta de par en par si queremos captar la impresión de que el escritor está comunicando su experiencia con perfecta plenitud. Es necesario que haya libertad y es necesario que haya paz. No debe chirriar ni una rueda, no debe brillar ni una luz. Las cortinas deben estar corridas. El escritor, pensé, una vez su experiencia terminada, debe reclinarse y dejar que su mente celebre sus bodas en la oscuridad. No debe mirar ni preguntarse qué está sucediendo. Debe más bien deshojar una rosa o contemplar los cisnes que flotan despacio río abajo.
Virginia Woolf, Una habitación propia
Explicar esas cosas, poder explicarlas, sería hacerles perder su magia. ¿Quién puede definir la magia? Un poema es como una flor que brota, que viene de la tierra. O del cielo. Escribir es un aliento de la tierra, un aliento de Dios. Llega a uno como el viento, como un viento de Dios que pasa.
María Luisa Bombal, entrevista en La Patria, 1974
En el acto de escribir alcanzo aquí y ahora el sueño más secreto, aquel que no recuerdo al despertar. En lo que escribo solo me interesa encontrar mi timbre. Mi timbre de vida.
Clarice Lispector, Un soplo de vida
A veces tengo necesidad de escribir tan rápidamente que no tengo ni tiempo de alcanzar un papel y un lápiz. Yo tomo un papel, me lo pongo sobre las rodillas y escribo. Escribo a veces sólo palabras, que luego voy a poner en un cuento, en lo que vaya a escribir. Pero, ¿sabés?, yo creo que no se puede describir ningún hacer literario. Es imposible describir una relación muy nítida de cómo uno ha trabajado y de cómo se trabaja.
Silvina Ocampo, Así se escribe un cuento
Solo escribo lo que me parece que parece verdad. Emocionalmente verdad. Cuando hay verdad emocional, a continuación sigue el ritmo, y creo que la belleza de la imagen, porque ves con claridad. Por la sencillez de lo que ves.
Lucia Berlin, entrevista en Literary Hub, 1996
Lo más bonito que tiene la literatura es que el escritor invoca, pero el lector convoca. Si yo te dijo “no hay una tetera sobre esta mesa”, vos ya elegiste tu tetera. Y eso es algo que ni el cine ni ningún otro arte va a poder equiparar. Esa tetera es tuya. Única. Pero está ese espacio para que vos la puedas poner en la mesa, incluso cuando la estoy negando no puedes evitar pensar en ella.
Samanta Schweblin, entrevista en La Fuente, 2018
Mucha gente considera que el arte es una cuestión de control. Yo lo veo más bien como una cuestión de autocontrol. Es algo así: llevo dentro una historia que quiere ser contada. Es mi fin. Yo soy sus medios. Si puedo controlarme, a mi ego, mis deseos y opiniones, mi basura mental y encuentro el enfoque de la historia y la sigo, se contará a sí misma.
Ursula K. Le Guin, Conversaciones sobre la escritura