Reportajes
Llueven plumas y nace el arcoíris
La tradición oral latinoamericana está llena de historias de animales que explican los fenómenos naturales. ¿Por qué llueve? ¿Cómo se formó el arcoíris? son algunas de las interrogantes que la escritora María José Ferrada intenta responder con la ayuda de garzas y murciélagos.
Por María José Ferrada
Durante unos años trabajé haciendo los contenidos infantiles para el sitio web de una biblioteca. Mi tarea consistía en revisar los libros de las distintas secciones, seleccionar lo que me parecía que podía gustarles a los niños y presentarlo en un lenguaje amable. Lo que más me gustaba era visitar las escuelas y mostrarles cómo se navegaba en el sitio. Revisábamos apartados dedicados a la poesía, libros de viaje, imágenes de los ejemplares antiguos y uno dedicado a los libros de animales, que contenía, entre otras cosas, una serie fotos. No importa lo dormidos que estuvieran, cuando llegábamos a esta parte los niños despertaban. A los siete años absolutamente nada parecía comprarse a la visión de chinchillas, monitos del monte y pájaros carpinteros.
Me sigo preguntando si se trata de un asunto de identificación con estos seres que están vivos, pero se diferencian de los seres humanos que el niño conoce –el conocimiento de la especie humana bien podría ser proporcional a las ganas de irse a vivir a la copa de algún árbol–. O más simple: les gustaría trepar por los árboles con la agilidad de la ardilla; dormir con los ojos abiertos bajo el agua, como hacen los peces; volar con la gracia de los chincoles. Como sea, esta especie de primos con garras, orejas puntiagudas o alas, les parecen interesantísimos.
Desde ese tiempo –el entusiasmo de los niños es contagioso– me interesan los cuentos de animales. Específicamente las historias sin autor en que liebres, ranas o tortugas se encargan de entregar su propia explicación sobre el origen de los fenómenos. ¿Por qué llueve?, ¿por qué se mueve el sol?, ¿cómo consiguieron los seres humanos el fuego? También otras preguntas que involucran a los propios animales directamente: ¿Por qué el ratón tiene dientes?, ¿por qué el picaflor no canta?, ¿por qué el perezoso es tan lento?
El mapa latinoamericano está lleno de preguntas y respuestas. La lluvia, por ejemplo, encuentra una de sus explicaciones más bonitas en la amazonia peruana. La historia, contada por los cashinahua, es más o menos así: en el cielo hay un lago y en el fondo de ese lago, que siempre está lleno de agua limpia y transparente, hay un agujero. Una garza blanca se para en él e impide el paso del agua. Pero sucede que a veces la garza debe ir en busca de comida. El agujero se destapa y el agua cae sobre la selva. “Si la garza blanca no se fuese volando a buscar su comida, nunca llovería, los hombres morirían de sed y los campos se secarían”, explica quien cuenta esta historia, en un libro titulado Leyendas amazónicas, recopilado por José Luis Jordana. “Si la garza blanca no se posara sobre el agujerito del lago, estaría lloviendo seguido sobre la tierra, los ríos se desbordarían, hombres y animales morirían ahogados. Pero la garza blanca sólo deja pasar el agua cuando siente hambre y vuela a buscar alimentos”, agrega.
También el arcoíris encuentra, gracias a los animales, una nueva –o mejor dicho antigua– explicación, a cargo de los zapotecas, que cuentan que en el inicio del mundo el murciélago, que era conocido como “mariposa desnuda”, no tenía plumas. Fue a hablar con a los dioses y estos le explicaron que no les quedaba ninguna, así que le aconsejaron al murciélago que pidiera una a cada pájaro. Gracias a la generosidad de los habitantes del cielo, para cuando terminó su recorrido era el más colorido de todos, pero también el más presumido. Cuentan que por esos días el murciélago se rio, incluso de los pájaros que habían sido buenos con él. El asunto –como era de esperar– molestó a los dioses que hicieron que las plumas se desprendieran de sus alas, en una lluvia de colores que duró todo el día. Fue así como nació el arcoíris y como el murciélago volvió a quedar desnudo, tal como al inicio de la historia. Arrepentido, renunció al sentido de la vista: nunca más quiso ver los colores que había perdido.
Las manchas del tigre, la forma en que el maíz llegó a los seres humanos, el porqué de las orejas largas del conejo: las historias de la tradición oral latinoamericana tienen una segunda explicación para todo. O más bien, una primera explicación. Y es que se trata, en muchos casos, de historias que se contaban en nuestro continente antes de que la ciencia y las religiones foráneas dieran su versión –definitiva, según cada uno– de los hechos.
Seguro que muchas bellas historias de animales se perdieron en el camino. Recuerdo especialmente una colección de mitos y leyendas latinoamericanas, publicada en la década del sesenta en España –Colección El globo de colores– que comenzaba cada tomo con una advertencia: todas las narraciones contenidas en sus páginas habían pasado por una “censura eclesiástica”. Las historias que sobrevivieron seguro le deben más a la voz que al papel. Hombres y mujeres que no necesitaron libros ni permiso de nadie para contar las historias que tenían guardadas en el fondo de la memoria.
¿Por qué el tigre tiene rayas? ¿Por qué el tucán no bebe agua del río? ¿Por qué la hormiga tiene cintura? Quién sabe si estas historias han sobrevivido para enviarnos un mensaje guardado en lo profundo de nuestro mundo simbólico: los animales, los seres humanos y los fenómenos que ocurren en la tierra están interrelacionados. Somos un sistema que no funciona de forma independiente, parece decirnos la garza que vigila la lluvia y el murciélago que, a su pesar, colaboró con la formación del arcoíris.
Los adultos, ocupados como hemos estamos durante los últimos siglos en distanciarnos del resto de las especies, pasamos de largo, sin escuchar. Por suerte los niños siguen atentos a lo que sus parientes lejanos –alados o peludos– quieran contarles. A su sabia edad saben que las preguntas son inagotables: ¿por qué el coyote siempre mira al cielo?, ¿por qué se achica la luna?, ¿cómo nacieron los ríos? Los animales, agradecidos por la atención, continúan recorriendo mares, selvas y montañas, en busca de respuestas.