¿Qué tan presente está la comida en cuentos o leyendas? Tomamos tres momentos históricos –mundo prehispano andino, conquista y colonización de la Araucanía- para descubrir los ingredientes que nutren nuestro imaginario alimenticio.

“Los relatos míticos, la tradición oral y también la literatura, constituyen una fuente importante para develar sentidos y símbolos asociados a la cocina y a los alimentos”, señala la antropóloga, Sonia Montecino Aguirre, en su renombrado libro Cocinas Mestizas de Chile – La Olla Deleitosa (Fotografías de Nicolás Piwonka).

En este breve recorrido literario emprendemos un viaje de norte a sur del país, escogiendo historias, imaginarios y formas de preparación de comidas. Nos centramos en libros infantiles y buscamos la manera en que los alimentos están representados. Como una manera de complementar esta pequeña exposición, acudimos también al libro Historia y cultura de la alimentación en Chile (Catalonia, 2010), compilado por Carolina Sciolla, donde diversos autores (casi en su totalidad mujeres), abordan interdisciplinariamente el fenómeno de la alimentación y la importancia que conlleva para nuestro patrimonio.

Aunque se trate de una aproximación a la historia de la alimentación en Chile, tiene sentido cuando observamos el peso y desarrollo que han adquirido las comunidades locales, sobre todo en el rescate, difusión y empoderamiento de las tradiciones culinarias, dentro de un mundo globalizado.

El cóndor y la pastora (Amanuta, 2004)

Marcela Recabarren. Ilustraciones de Paloma Valdivia

Una pastora atacameña cuida una tropa de llamas al tiempo que hila lana. De pronto, un joven se acerca y le ofrece dar un paseo sobre sus hombros. El muchacho se convierte en cóndor y sobrevolando el Salar de Atacama, la deja en una cueva remota. La gran ave, diariamente, alimenta a la pastora con carne cruda, quien con el tiempo empieza a mostrar plumas en su cuerpo.

Una actividad propia del altiplano desde hace siglos es el pastoreo de llamos. La arqueóloga y especialista en etnohistoria andina, Victoria Castro, señala en su artículo Sabores ancestrales. Caza, recolección y producción de alimentos en el norte prehispano, que en los territorios de quebradas, valles y oasis la domesticación de plantas y animales se produce antes del segundo milenio a.C., y  que a partir de entonces “se abrieron nuevas expectativas de vida y se gestó también una reinterpretación de cómo pensar el mundo”.

Sabemos que las leyendas carecen de fechas y domicilio específico. El cóndor y la pastora es una leyenda que todavía se escucha y se lee a lo largo de la cadena montañosa de los Andes, tanto en Ecuador como en Chile o Perú.

En ella observamos el consumo de carne cruda. Y justamente una preparación muy antigua en el mundo andino es la calapurca, uno de los primeros platos que convierte lo crudo en cocido.

El cóndor y la pastora (cuento Atacameño) from Editorial Amanuta on Vimeo.

Se trata de una cocción que originalmente se hizo en recipientes de cuero, calabaza o corteza de árbol, cuando la cerámica todavía no hacía su aparición. En ese hervor se agrega carne de llamo o alpaca y como vegetales fundamentales del universo andino están presentes el mote de maíz y la papa (actualmente incluye zanahoria, ajo, cebollín). El elemento que hace único este plato es la utilización de piedras hirviendo en el caldo para su cocción. Las piedras son, en este caso, combustible y aderezo. Son también el cariño y el aliño de la memoria, donde se han quedado fijados los abuelos y abuelas que recuerdan permanentemente los orígenes.

Esta preparación se rememora a las celebraciones y viene como anillo al dedo para levantar los ánimos luego de un día y noche de bailes, cantos y bebida. Entre estas ocasiones pueden estar el nacimiento de una niña, el primer corte de pelo, el pasaje de niño a joven, el matrimonio y la muerte, los solsticios de invierno y verano, la siembra y la cosecha.

En El cóndor y la pastora, mediante la ayuda de un zorro, el hermano logra rescatar a la niña. El pájaro vuela a buscarla hasta el oasis donde habita la familia, pero logran esconderla en un cántaro. El ave llora lágrimas de agua y sangre, y del recipiente sale la niña convertida completamente en otro ser.  La niña-cóndor vuela a reunirse con su compañero. Es una historia de transformación, tal como la de los alimentos que se degustan ancestralmente en el norte del país.

Pedro de Valdivia. Fundador de Chile (Amanuta, 2010)

Miguel Donoso. Ilustraciones de Isabel Hojas

Un hombre con una larga tradición familiar vinculada a las artes de la guerra se aburre de la pobreza y la vida provinciana en su pueblo de Extremadura, y decide embarcarse a América haciendo caso de las noticias que hablan de fama y fortuna en las nuevas tierras descubiertas.

Ese hombre es Pedro de Valdivia, quien logra su cometido al situarse como coronel del ejército de Francisco Pizarro en Perú. Sin embargo, el hambre de gloria puede más y demanda permiso para conquistar, a nombre del rey, los territorios ubicados al sur: un lugar al que llaman Chile.

Con 150 soldados, medio millar de yanaconas (indígenas al servicio de los españoles), y un cargamento de armas, ropas y alimentos, Pedro de Valdivia emprende la tarea de cruzar el inhóspito desierto de Atacama.

Olaya Sanfuentes, historiadora dedicada a estudiar temas de viajes, viajeros y sus representaciones, da cuenta a través de las crónicas de descubrimiento y conquista el rol del hambre como sujeto histórico.

Volvamos la mirada al cuento:

-¡Falta agua! – reclamaron algunos soldados.

-La comida también escasea –se quejaron otros- y los indios de los valles no quieren compartir sus alimentos con nosotros y nos atacan todo el tiempo.

En la introducción del artículo llamado Morirse de hambre. El hambre del conquistador, Olaya Sanfuentes escribe: “El hambre convive con el conquistador recordándole las penurias milenarias europeas; el hambre acecha constantemente al soldado desviándolo de los objetivos estratégicos; el hambre duerme junto al español, frustrando las esperanzas de conseguir un mundo mejor.”

En el trance que significó llegar hasta el valle del Mapocho, Valdivia tuvo que lidiar con el hambre y el pundonor. Él mismo habría escrito: “Yo iré en persona a buscar comida para esta necesidad presente, que el dolor de todos me atraviesa a mí el corazón por cada uno”. Nada extraño entonces que al entrar en una casa abandonada de Atacama los perros le parecieran manjar y unas fanegas de maíz las cuidara como si de ello dependiera la vida.

Los relatos que se tienen de su llegada al Mapocho son ejemplares y así lo señala Sonia Montecinos en La olla deleitosa: “Abundosas de todos los mantenimientos que siembran los indios para su sustentación, así como maíz, papas, quinoa, mare, ají, fresoles”. Además de la fertilidad de la tierra a la que llegan, se deja ver la riqueza alimentaria con que contaban los indígenas. Los españoles cargan con un apetito voraz, tanto real como simbólico.

Asentarse y fundar la ciudad de Santiago de la Nueva Extremadura fue un triunfo para su empresa. Sin embargo, nuevamente los conquistadores debieron luchar contra la resistencia aborigen, que a manos del cacique Michimalonco, destruyeron el 11 de septiembre de 1541 el primitivo poblado español.

Pedro de Valdivia le dirige una carta al rey Carlos V, donde recuerda: “Los indios me mataron veintitrés caballos y cuatro hombres y quemaron toda la ciudad y nuestra comida y la ropa. Lo único que se pudo salvar fueron los andrajos que llevábamos puestos, y nuestras armas, y dos porquezuelas y un cochinillo, y una polla y un pollo y hasta dos almuezas de trigo.”

En este ambiente miserable y escaso para los españoles se construye la conquista de Chile. Olaya Sanfuentes hace una lectura clara sobre este proceso: “Las penurias suelen preceder la gloria. Es el discurso de un hombre que viene de una España que vive de los ideales caballerescos y una religión que premia, finalmente, las penurias sufridas en la tierra. Y son estos elementos los que, efectivamente, Valdivia utiliza para que el hambre, uno de los peores enemigos, no gane el combate inicial.”

Un niño llamado Pascual Coña. Paskwal Koña Pigechi pichi wenxu (Pehuén, 2003)

Adaptación y notas de José Quidel Lincoleo. Ilustración de Carlos Cárcamo Luna

Los testimonios que el lonko, Pascual Coña, del lof de Rauquenhue, le dictó al Padre Ernesto Wilheim de Moesbach, entre los años 1924 y 1927 son de extremada valía por cuanto arrojan luz del conocimiento y forma de vida mapuche.

El ámbito culinario es constituyente de la sociabilidad mapuche. La figura del fogón y de la mujer adquiere un relieve enorme en la antigua sociedad polígama y patrilocales.  “Cada mujer tenía su fuego y el hombre podía pasar de ruka en ruka o de fogón en fogón comiendo especialidades de cada una de sus esposas, saboreando de esa manera la abundancia y la riqueza”, indica Sonia Montecino en La olla deleitosa.

Los recuerdos de Pascual Coña así lo confirman: “Cuando aún era niño, ayudaba a mi papá. Él trabajaba la tierra, barbecheaba, sembraba un poco de trigo, un poco de cebada, arvejas, linaza, maíz, habas, porotos, papas. Todo de a poco; no se practicaba la agricultura en extenso”.

Registros importante dejaron en el siglo XIX observadores extranjeros y nacionales que visitaron las tierras mapuche del sur del Biobio. Un compendio de estas impresiones está en el artículo del historiador Ricardo Couyoumdjian, llamado Comiendo con los indios. Testimonios de viajeros en la Araucanía en el siglo XIX.

Uno de ellos es el intendente de Valdivia, quien hacia el 1868, confirma los dichos de Pascual Coña, y hace referencia también al proceso de colonización europea que inicia el Estado chileno: “No labrando los indios mas que los mui precisos para sembrar los cereales i legumbres que constituyen su poco alimento, no es extraño que, menguando el trabajo de las tierras, a consecuencia de la disminución de los pobladores, vaya también invadiendo el bosque el campo que abandonan.”

Pascual Coña habitaba la zona costera cerca del lago Budi y de ahí extraían una variedad de comestibles. Cochayuyos, ulte, luche, erizos, jaibas, machas, caracoles de mar. Y a orillas de río estaban los camarones y en el interior los choritos de agua dulce. El lonko recuerda que son las mujeres quienes llegaban a casa con los productos envueltos y que pronto se buscaban las ollas para cocinar a fuego los alimentos. La papa cocida está siempre presente en el plato como acompañamiento.

Para los paladares de los viajeros a tierra mapuches, la comida se les presenta como abundante y sólida, especialmente a la hora de festejos y celebraciones. Sin embargo, parece no tener mayor atractivo para los winkas, con excepción de las bebidas alcohólicas (chicha, muday, sidra), las cuales prueban y aprueban con entusiasmo.