El cronista chileno, nos invita a husmear en aquella ‘búsqueda de sensaciones’ que es el combustible de toda crónica periodística. Pero, consciente del devenir del presente siglo, presagia que el género terminará por contaminarse con otras disciplinas: es el amanecer de la crónica anfibia. Por: Pablo Espinosa y Germán Gautier.

El Premio Nobel de Literatura entregado recientemente a la bielorrusa Svetlana Alexievich es un triunfo para la literatura de no ficción, también llamada crónica. Su libro “Voces de Chernóbil, crónica del futuro” es una clase maestra de tres verbos fundamentales: ir, preguntar, escuchar. En América Latina la crónica vive un momento de esplendor. Cristián Alarcón, cronista chileno, nos invita a husmear en aquella ‘búsqueda de sensaciones’ que es el combustible de toda crónica periodística. Pero, consciente del devenir del presente siglo, presagia que el género terminará por contaminarse con otras disciplinas: es el amanecer de la crónica anfibia.

Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (Norma, 2003), fue el primer libro del periodista Cristian Alarcón. En sus páginas narró la historia de vida y muerte de jóvenes lúmpenes de la periferia de Buenos Aires. Le siguió Si me querés, quereme transa (Norma, 2010), donde describió la guerra de los narcotraficantes peruanos, también en la capital trasandina. Ambos libros le requirieron años de investigación y de trabajo en terreno. Y ambos libros se destacaron no sólo por el rigor en la pesquisa de voces y datos, sino que también por su prosa. Son libros bien escritos, parecen y se leen como una novela. Esa es, precisamente, la característica de la crónica: es un género mixto, que combina el discurso literario con el periodístico. Narra la realidad, utilizando los recursos de la literatura.

Además de autor de libros, Alarcón —que nació  en el sureño pueblo de La Unión, pero desde niño vive en Argentina— coordina talleres de crónica, es maestro de la FNPI (Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano) y dirige la revista Anfibia. Alarcón es, por tanto, una fuente autorizada para hablar de este género. En un taller que dictó en el FILBA, revisitó la historia de la crónica y destacó algunos de los autores actuales que la están renovando.

Los orígenes de la crónica

En el parnaso de la crónica latinoamericana contemporánea residen firmas ineludibles. Gabriel García Márquez, Martín Caparrós, Leyla Guerriero, Juan Villoro; en el caso de Chile, Francisco Mouat, Juan Pablo Meneses, Cristóbal Peña, Oscar Contardo. Con todas las diferencias que caracterizan sus prosas, hay un pretérito que emparenta a estos escritores. Para Cristián Alarcón el germen común está en la literatura del siglo XIX. En este periodo surge un narrador que asume su subjetividad, que se lanza a la aventura y decide rechazar cualquier lugar de comodidad. “No existe crónica si no existe el viaje. Todo viaje es una experiencia subjetiva. Estos jóvenes narradores del siglo XIX se van a trasladar porque están en la búsqueda de sensaciones nuevas. La crónica es entonces una experiencia que saca de la cotidianidad gris, porque la vida debe ser de colores intensos. Y ellos lo buscarán en el viaje, en la fascinación por lo distinto”, dice Alarcón.

Un antecedente es, por ejemplo, el político, escritor y docente argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), quien registró en crónicas sus viajes, entre ellos, los que realizó a nuestro país y que están rescatadas en el libro Viajes por Chile (UDP, 2013). Otro hijo de esta época es el también argentino Esteban Echeverría (1805-1851), quien en la obra El matadero focaliza su relato en este ambiente popular para enfatizar la barbarie vivida durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. A medio camino entre la crónica, el cuadro de costumbres y el cuento, este relato desafía las estructuras de la época y obtiene su fuerza en las descripciones y habla de los personajes porteños.

Es el siglo, por supuesto, de la fascinación y exploración del lenguaje. En la crónica, dos autores paradigmáticos son José Martí y Rubén Darío, quienes dejando su indeleble huella en la poesía y la ficción, también incursionaron en el periodismo. Fueron pioneros en integrar la literatura al oficio periodístico, y quienes profesionalizaron el oficio de escritor al recibir pago por cada texto publicado en los diarios “La Patria Libre” o “La Nación”.

Ya en el siglo XX son otras las dos grandes figuras del periodismo narrativo. Para Alarcón, al hablar de crónica son ineludibles el argentino Rodolfo Walsh y el norteamericano Truman Capote: “Ambos producen casi al mismo tiempo los dos libros que fundan la novela de no ficción en el mundo”. Walsh publica en 1957 Operación Masacre, un libro sobre un fusilamiento ocurrido en 1956 en Argentina, del que descubre hay un sobreviviente: “Walsh estaba en las tranquilas aguas de la literatura de ficción cuando de pronto un suceso tocó su puerta: un fusilado que vive”. Walsh contacta al sobreviviente y luego descubre que hay más. Con sus testimonios escribe Operación Masacre. “Años después de que es publicado, Walsh escribe un prólogo para el libro, donde construye algo fundamental de toda crónica: un pacto con el lector. A partir de este momento, le dice ahí Walsh al lector, creerás todo lo que te digo, aunque no cite fuentes, que es algo propio del periodismo clásico”.

Capote publica en 1966, A sangre fría, historia sobre una familia de Kansas, en Estados Unidos, que es asesinada por dos criminales que más tarde fueron capturados y sentenciados a pena de muerte. “Capote va hacia ese pueblo en búsqueda de la consagración. Truman no tiene una revelación política, recorta diarios buscando la gran historia que —espera— lo va a transformar en el gran escritor de su generación en los Estados Unidos. Lo que él desea es el reconocimiento absoluto, porque hasta ese momento su obra estaba cimentada sobre todo en su notoriedad como personaje, y llega a los 40 años sin haber hecho la gran obra, que finalmente encuentra en ese crimen de Kansas. Lo que ahí narra es una historia que va a desnudar el alma americana”.

Tendencias actuales

Alarcón dirige la revista Anfibia, que da pie para entender su postura sobre la crónica hoy: “Hay una necesidad, de parte de la crónica, de contaminación de otras disciplinas. Un cronista es hoy alguien que se permite la contaminación, la anfibiedad; en términos de que no podemos recurrir sólo a las herramientas de nuestra propia disciplina para leer lo complejo. La crónica ya no se basta por sí misma. El relato y la pericia narrativa no lo es todo”. Por eso, explica, la crónica se ve beneficiada nutriéndose, además de la literatura, de disciplinas como la filosofía, la economía o la antropología, por ejemplo.

Y Alarcón reconoce también una tendencia en la crónica actual: “Creo que lo más interesante que está ocurriendo con algunos autores es la llegada de la intimidad, del relato en primerísima primera persona. El mejor ejemplo de narrativa de no ficción de intimidad hoy es la peruana Gabriela Wiener”. Wiener es autora de los libros Nueve lunas, Sexografias, y el último, Llamada perdida, donde indaga sobre su sexualidad y sobre la forma en que nos relacionamos con los otros. Antes, para quienes piensen en utilizar la escritura en primera persona, la advertencia es clara: “Para que exista primera persona tiene el cronista que construirse como personaje. Tiene que estar involucrado en el conflicto”, cierra Alarcón.

Libros destacados de crónica en la FILSA

Rodolfo Walsh, periodista, escritor y revolucionadrio (Lom), de Michael McCaughan

Una vuelta al tercer mundo (Debate), de Juan Pablo Meness

La frontera, crónica de la Araucanía rebelde (Catalonia), de Ana Rodríguez Silva y Pablo Vergara Espinoza

Apuntes de una época feroz (Hueders), de Mónica González

Los migrantes que no importan (Icaria), de Óscar Martínez