A partir del año 2000, la ilustración chilena ha experimentado una enorme transformación. Nuevos nombres, un floreciente mercado editorial, espacios de difusión, una creciente valoración del oficio de ilustrador y un público cada vez más interesado por este fenómeno contribuyeron a forjar un panorama de gran efervescencia y diversidad. (Ilustración: Es así, de Paloma Valdivia).

Por Claudio Aguilera e Isabel Molina

El retorno de la ilustración chilena a las páginas y a la vida pública estuvo marcado por la recuperación de la democracia en Chile. Este hito político y social permitió un resurgimiento cultural y una marcada revitalización editorial. Después de la dictadura cívico-militar, en la que pese a las duras condiciones es posible rastrear nombres y publicaciones de ilustradores e ilustradoras, el mercado del libro empezó lentamente a resurgir. Nuevos sellos como Amanuta, LOM y Sol y Luna comenzaron a trabajar catálogos cuidados, en los que la imagen, el diseño, los contenidos locales y la incorporación de jóvenes creadores fueron centrales.

Parte importante de esta nueva producción fue impulsada por la demanda de las nacientes redes de bibliotecas escolares, o Centros de Recursos para el Aprendizaje (CRA), y bibliotecas públicas. Estas instituciones estaban interesadas en enriquecer sus catálogos con libros de buena factura que incluyeran imágenes atractivas e historias novedosas para cautivar a sus lectores. Si bien en un comienzo estos libros pertenecían a editoriales extranjeras, que contaban con trayectoria en la producción de libro álbum, historieta y otros géneros similares, muy pronto las editoriales chilenas comenzaron a hacer su propio aporte, poniendo énfasis en narraciones en las que niñas y niños del país se vieran reflejados en su lenguaje e identidad.

Quienes llegaron a trabajar en estas editoriales eran noveles ilustradores que provenían principalmente de las carreras de diseño y artes visuales. Fundamental en este periodo fue el colectivo Siete Rayas, integrado por Paloma Valdivia, Francisco Javier Olea, Alberto Montt, Carmen Cardemil, Raquel Echenique, Alex Pelayo, Loreto Corvalán y Bernardita Ojeda. Este grupo reunió a creadores que en conjunto contribuyeron a posicionar a la ilustración a través de exposiciones, presencia en medios de comunicación y, cómo no, en libros. Destacan de esta época títulos como Kiwala conoce el mar de Valdivia (Amanuta); Gabriela, la poeta viajera, con texto de Alejandra Toro e ilustraciones de Isabel Hojas (Amanuta), La pequeña yagán de Víctor Carvajal e ilustraciones de Alberto Montt, entre otros muchos.

Entre sus referentes se encontraban artistas de generaciones anteriores como Marta Carrasco, Valentina Cruz y Carlos Rojas Maffioletti, que, en el caso de los dos últimos, tenían una larga trayectoria como académicos. También contribuyó a su formación la creciente oferta de títulos extranjeros en librerías y bibliotecas. Así, figuras como Anthony Brown, Oliver Jeffers, Rébecca Dautremer, Shau Tan e Isol, entre otros y otras, se transformaron en importantes modelos que reflejaban la diversidad de estilos, formas de trabajo y enormes posibilidades narrativas de la ilustración.

La masificación de Internet fue fundamental en este proceso. Quienes entraban al mundo de la ilustración encontraban en el ciberespacio un lugar para descubrir nombres, obras, libros y tendencias en forma casi inmediata. Herramientas digitales como los blogs y posteriormente las redes sociales, con Instagram a la cabeza, permitieron además dar a conocer y difundir la obra propia con una velocidad nunca antes vista.

Con estos cimientos, para fines de la primera década del 2000 la ilustración comenzó a consolidarse como un espacio para estudiantes y jóvenes que veían en este medio de expresión un canal para inquietudes que no tenían cabida en la educación formal. Proliferaron talleres como los de Montt y Olea, ferias y eventos de diseño gráfico. La profesión de ilustración se volvió un oficio válido y reconocido. Se abrieron carreras universitarias. Los colectivos se multiplicaron: Minga, Monos con pincel y Pinkit fueron algunos de ellos. Las instituciones culturales crearon reconocimientos al trabajo de los ilustradores, como el Premio Ámster-Coré, a cargo del entonces Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (hoy Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio), y abrieron espacios, como el Museo Nacional de Bellas Artes y la Biblioteca Nacional, para exhibiciones.

Ese mismo año se fundó PLOP! Galería, el primer espacio dedicado exclusivamente a la ilustración, historieta y gráfica. Su muestra inicial estuvo dedicada al dibujante Hervi, para después continuar con exposiciones de historieta con Maliki y Jorge Quien; ilustradores contemporáneos como Siete Rayas; nuevos talentos de ese entonces como Sol Díaz, Loreto Salinas o Daniel Blanco; y creadores clásicos como René Ríos B. (Pepo), Renato Andrade (Nato), Mario Igor, Víctor Arriagada (Vicar). Otro aporte fue la invitación a ilustradores e ilustradoras de otras latitudes como Liniers (Argentina), Isol (Argentina), Diego Bianki (Argentina), Alejandro Magallanes (México), André da Loba (Portugal) y Javier Zabala (España), los que fueron invitados a Festilus, Festival Internacional de Ilustración de Chile, evento organizado en conjunto con otras instituciones. A estas actividades, PLOP! Galería sumó una cartelera permanente de presentaciones de libros, talleres y dibujo en vivo, así como el primer catálogo nacional: Ilustración a la chilena, que reunió el trabajo de 50 autores.

Entre 2010 y 2020 la cantidad de profesionales, instancias de visibilización y el interés el público siguió en aumento. También crecieron las plataformas y formatos, como los objetos cotidianos ilustrados, donde ha tenido un importante rol Florencia Olivos y su sello Vasalisa, la ilustración naturalista con el aporte de Geraldine Mackinnon, y la publicidad, con marcas que incorporaban a autores como Cata Bu, Matías Prado, Only Joke, Alvaro Arteaga y Nico González. Desde carcasas de celulares hasta envoltorios de chocolates, los empaques de distintos productos se hicieron más llamativos gracias a las imágenes que se plasmaban en ellos. También la prensa incorporó nuevos nombres a los ya consagrados Alberto Montt, Francisco Javier Olea y Paloma Valdivia, como Fabián Rivas, Vicente Martí, Marcelo Escobar, Sol Díaz y Alfredo Cáceres.

El mundo editorial, sin embargo, siguió siendo fundamental para que los profesionales chilenos salieran del país. Las ferias internacionales han tenido un rol central en este proceso, como la de Guadalajara y su Foro de los Ilustradores FILUSTRA, que desde el 2012 ha contado con una significativa presencia nacional. La Feria Internacional del Libro Infantil de Bolonia, la más grande a nivel mundial, también marcó un hito ya que la presencia de las comitivas chilenas y los premios recibidos por creadoras como Alejandra Acosta, Paloma Valdivia y Sol Undurraga, y sellos como Amanuta y Ekaré Sur han dado gran visibilidad a la literatura infantil chilena, lo que ha repercutido en traducciones, proyectos en prestigiosas editoriales extranjeras y coediciones. Al mismo tiempo, ilustradores chilenos que viven fuera del país, como Pato Mena, Luisa Rivera y Fran Meneses (Frannerd), han sabido abrir un camino en los mercados internacionales.

No obstante, la ilustración chilena también ha encontrado espacio en otras industrias creativas como el video juego y la animación. El premio Oscar que recibió en 2016 la productora Punk Robot por el cortometraje Historia de un Oso (2014), el que más tarde fue editado como libro, fue una contundente demostración de la calidad de la animación local, en la que también destacan estudios como Pájaro, Niño viejo y Zumbástico.

Paralelamente, en los últimos años se ha vivido un importante desarrollo de la edición independiente, dando espacio a nuevos autores, narrativas, técnicas y estilos. Desde los fanzines y autoediciones han emergido figuras como Vicente Reinamontes, Gabriel Garvo, Grafiki, El Cometaludo, Catalina Cartagena, Sofía F. Garabito, Pablo Delcielo, Tomas Olivos y Constanza Salazar. Mientras, una serie de micro y pequeñas editoriales han dado cabida a una nueva generación de ilustradores entre los que se pueden mencionar a Karina Cocq, Paula Bustamante, Elisa Monsalve, Sebastián Ilabaca, Pati Aguilera, Ángeles Vargas, Fito Holloway, Caro Celis, Francisca Yáñez y Gabriela Lyon. Junto a lo anterior, se observa un marcado interés por recuperar e investigar la historia de la ilustración chilena a través de reediciones, charlas, muestras y espacios especializados como el Archivo de Láminas y Estampas de la Biblioteca Nacional.

Más recientemente, el movimiento social nacido a partir del 18 de octubre de 2019 motivó a centenares de ilustradores a manifestarse a través de afiches y otras piezas gráficas tanto en las redes sociales como en las calles, muros, acciones colectivas y publicaciones autogestionadas, renovando el compromiso de los creadores con su entorno y los profundos cambios que vive el país.