El rol de mediar un libro es siempre complejo. Se trata, en primera instancia, de acercar un libro a un potencial lector. Pero, ¿qué ocurre con quienes ya son lectores? ¿Cuándo hay que comenzar a mediar? ¿Cuándo termina la mediación lectora? Te entregamos algunas ideas y consejos que te servirán en tu rol de mediador de lectura y que podrían resolver estas interrogantes.

 

Por David Agurto Álvarez, Profesor de Lenguaje y mediador de lectura, con estudios en Edición y Literatura Infantil y Juvenil.

Una de las tareas que tenemos los mediadores de lectura es la de reflexionar sobre nuestro quehacer. Preguntarnos constantemente qué es mediar, qué implica fomentar la lectura, formar nuevos lectores. Felipe Munita, investigador de literatura y experto en mediación, utiliza la analogía del puente como parte del rol del mediador cultural. Un agente que ayuda a que otra persona se acerque al libro y, por lo tanto, a la lectura.

Felipe Munita

En su investigación El mediador escolar de lectura literaria (2014) especifica que no solo se trata de un acceso material. Es más bien buscar las estrategias para facilitar y concretar la lectura de los libros entregados. El mediador es, por lo tanto, un agente de cambio. Las instituciones que instalan espacios para la lectura, como bibliotecas o centros lectores también son agentes, pero preocupados de facilitar el material. De la misma forma, una librería sería otro agente de mediación lectora.

¿Qué hace un mediador?

El rol del mediador va mucho más allá. Pensemos, por ejemplo, en un padre que regala libros a su hijo, pero que jamás lee junto a él y mucho menos conversa sobre el libro. Una pequeña parte de la promoción es crear las condiciones necesarias: poseer el material que se va a leer, un espacio adecuado, cómodo, con buena luz, entre otras condiciones. Tener el libro es importante pero no lo único. Sobran ejemplos de bibliotecas escolares con libros guardados en cajas y existen bastantes referentes que con poco han hecho mucho para la formación de lectores.

La mediación es un proceso que abarca una dimensión más profunda. Una de las funciones del mediador, explica Munita, es ser una persona facilitadora en la aproximación a los textos. Y aquí está lo complejo. Colaborar, mediar, enseñar a abordar un texto y todos los significados que puede entregar es un trabajo laborioso y de mucho tiempo. No se forman lectores de la noche a la mañana. Hay que crear un vínculo.

El mediador de lectura, entonces, no solo es puente. La relación no se da exclusivamente entre libro y lector. Es más bien una tríada: libro, lector y mediador (que por supuesto también lee y comparte sus lecturas).

La mediación de la lectura, finalmente, tiene una doble dirección: por un lado, crea vínculos entre lectores y libros, y a su vez, entre los participantes del proceso. Dentro de esta conexión, la persona encargada de crear y promover instancias y acciones para la lectura debe estar informada y recibir capacitación constante para saber guiar al otro, pero su principal característica es que debe ser un lector ávido y encontrar placer en aquello que promueve más allá de sus conocimientos.

La práctica hace al mediador

Haciendo referencia a Michèle Petit, otra gran investigadora, Munita se refiere a la gran distancia que existe entre la importancia que se le da a la lectura, en relación a las prácticas que realmente se la otorgan.

Los buenos mediadores basan su práctica en la experiencia. Entablan relaciones con otros basados en lo afectivo, en la hospitalidad, en el acompañar; es una relación transversal. Y este punto es fundamental: el mediador de lectura reconoce al otro como un igual y reconoce a ambos como lectores. Son gestos sencillos, concretos, los que envuelven una nueva relación con la lectura.

Felipe Munita detalla cuatro puntos fundamentales sobre la mediación y que debemos tener presente en esta relación bilateral:

  • La mediación no es neutra ni técnica. Implica ideologías, transmitir formas de ver el mundo.
  • La práctica de la mediación produce cambios en las personas, incluyendo al mediador.
  • La mediación es un proceso que se desarrolla con la práctica. No hay recetas para la formación de lectores, ya que los procesos lectores son todos muy distintos. El mediador debe adecuarse al contexto, ser creativo.
  • La mediación es un proceso a largo plazo y lento. Es una práctica de apropiación cultural y apropiación de la lectura, no solo de libros.

La mediación es un trabajo que no se puede improvisar. Implica mucha planificación, lecturas, seleccionar libros, preparar la lectura y la posterior conversación. También implica conocer al otro, conversar, escuchar qué quiere la persona. La labor del mediador es, por lo tanto, de nunca acabar.

Inicia, para muchos, en la primera infancia, incluso antes de nacer. Comienza en la biblioteca, cuando aparece alguien en la puerta con alguna inquietud, solicitud de títulos, alguna necesidad. Llegan nuevos futuros lectores a diario, reaparecen otros, algunos se independizan y solicitan una que otra recomendación. Cuando ya hay un lector cautivo, entusiasmado por la lectura, el rol del mediador es fundamental y su tarea se torna más compleja: profundizar las lecturas con otras formas literarias, con otros lenguajes.

Créditos: Biblioteca Viva

No es fácil ser mediador de lectura. Pero como se ha dicho popularmente, nadie nace sabiendo y la práctica hace al maestro. Sin embargo, tampoco es tan difícil. Como ya he mencionado anteriormente, lo esencial es tener amor por los libros y la lectura. Ser lector. Y estar consciente de que es un trabajo para otros, que hay que pensar en el otro, en una relación que nunca es unilateral.

Mientras el mediador forma lectores, también se construye como lector. Estar conscientes de que hay millones de libros publicados y millones de lectores o posibles lectores dispuestos a encontrarse. La función elemental del mediador es ayudar a que ese encuentro se produzca. Lo demás, los conocimientos, la expertiz, viene por añadidura, con el tiempo.