Noticias
Los mejores libros ilustrados que leí en 2019
Compartimos una completa selección realizada por el escritor y periodista Adolfo Córdova, promotor de literatura independiente y Máster en libros y literatura infantil y juvenil de la Universidad Autónoma de Barcelona. La siguiente nota fue originalmente publicada en su blog Linternas y Bosques.
Este año leí casi 300 libros ilustrados de Estados Unidos, México, Nicaragua, Ecuador, Colombia, Venezuela, Perú, Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y España de 56 editoriales. Para realizar este listado decidí concentrarme en libros en español publicados en Latinoamérica o con algún vínculo latinoamericano. Mi revisión es posible gracias a las editoriales o autores que me envían algunas de sus novedades en físico o en digital, a la inversión personal en la compra de algunos títulos y a un recorrido de lecturas que hago cada año en la FILIJ, en la FIL Guadalajara y en otras ferias (este año pude hacerlo también en la Feria Internacional del Libro de Barranquilla, LIBRAQ). A todos los que apoyan este trabajo, muchísimas gracias.
1. ¡Crack! / 2. ¡Puf! / 3. ¡Piu!
Tres nuevos imprescindibles para todos los que aman leer con bebés y niños y niñas pequeños. ¡Crack! describe distintos nacimientos… ¡Puf!, distintas cacas… Y ¡Piu!, distintos vuelos… de animales. Son tres pero los reseño juntos para subrayar su cualidad de triángulo equilátero: igualmente buenos como esa figura geométrica llena de simbolismos. Para Lao-Tsé representaba el principio de todas las cosas; para Platón, la armonía; y para diversas logias, la belleza y sabiduría. Esta triada cumple con todas.
Sorprenderá especialmente a los que están en el principio de su vida por su materialidad de fácil manipulación y a prueba de babeo y su sistema de pestañas que revela, por ejemplo, el interior de un huevo que hace crack. No hace falta jalar ni levantar nada, solo pasar la página, más como en la mecánica del pop-up.
Armonía entre texto e imagen. En la página izquierda, un poema, rimado en el caso de Beatriz Giménez Ory y sin rima en el caso de María José Ferrada, nos presenta a un personaje asociado a un huevo o un excremento o una pluma ilustrados en la página derecha. La relación entre ambos lenguajes sigue la forma de la adivinanza.
El poema ofrece pistas: Basta avanzar para que unas persianitas revelen quién se esconde detrás con un nueva ilustración que proporciona más contexto (en las ilustraciones de aquí no se aprecia el suaje). No se dice el nombre del animal, solo se muestra. La belleza y sabiduría de los versos, de dos de las poetas más reconocidas de Iberoamérica, se completa con una página final, informativa, que puntualiza, ahí sí, los nombres de las especies y más datos curiosos (el pelícano es primo lejano de los dinosaurios), divertidos (el hipopótamo no ve muy bien y vuelve a su pantano guiado por el olor de su caca) o inesperados (la madre pulpo muere cuando sus pulpitos nacen).
Los animales no pasan de moda y, como veremos en otros libros de este listado, a la par del tratamiento más naturalista continúa la aproximación antropomórfica. Estos tres son una mezcla, tanto en texto como en ilustración. El concepto es muy cercano a ¡Encuéntrame si puedes! y ¡Atrápame si puedes! de María Martín e Ileana Lotersztain, ilustrados por Eugenia Nobati y Diana Benzecry, respectivamente (Ediciones Iamiqué, 2018), aunque estos con una mirada más científica. También Zorro Rojo publicó recientemente Retratos animales de Yago Partal (2019); Ediciones Ekaré, Zoolibro, curiosidades animales de Marije Colman y Jesse Goossens (2019); y FCE y UNAM ya preparan una nueva entrega de su colección Ojitos Pajaritos que estará ilustrada por Amanda Mijangos.
¡Crack!, ¡Puf! (que fue seleccionado en el catálogo The White Ravens 2019) y ¡Piu! son las primeras publicaciones de una nueva casa editorial, Ediciones Liebre. Suben la marca en los libros para primeros lectores por la calidad literaria y gráfica y el cruce de subgéneros: libro de poesía, de adivinanzas, de animales, informativo y con pestañas. Esta sofisticación no sacrifica la experiencia del lector, al contrario, la diversifica y amplía, pues sin duda los versos atraerán a niños y niñas más grandes, que ya lean autónomamente.
4. La reina de la noche
Tras la apariencia tierna y naif de su portada, que había activado mi prejuicio asociado a “dulzura y conejitos”, se esconde un relato angustiante y lleno de tensión, un estire y afloje de opuestos, que me hizo adorar el libro. Ese tironeo del que hablo en la introducción a mi listado. Aquí es particularmente notorio lo bien que tiran cada uno para un lado sin romperse nunca.
Un padre conejo terminó de arreglar la bicicleta en la que su hijo y él volverán a casa, pero deben hacerlo muy rápido, antes de que la noche se les “eche encima”, como un cazador, de lo contrario no podrán llegar. Mientras el papá pedalea desesperado va oscureciendo cálidamente, con amarillos, rosados y púrpuras, y el hijo conejo intenta conocer lo desconocido y exorcizar su miedo: —Papá, papá! La capa de la noche es muy oscura y tiene bordados de diamantes. Pero para cada uno de sus intentos su papá tiene una explicación racional: —No, Teo, no. Son las primeras estrellas que salen por allá atrás.
Una conversación/tensión típica entre el mundo adulto y el infantil que han reflejado muy bien otros libros como ¡Scric scrac bibib blub! de Kitty Crowther (Corimbo, 2005).
Y otra tensión sucede a nivel texto, pues hay dos timbres de voz: la del diálogo, que conduce la historia, y la de un narrador en tercera persona que funciona como acotación teatral, da más información sobre las emociones y contexto de los personajes, y está presentada en un puntaje tipográfico más pequeño, como si se dijera bajito, para no despertar a la noche.
En el texto hay apuro, pero también gozo del niño que siente, mira y busca confiado (confía en su papá). En las ilustraciones hay algunos gestos de preocupación, superficies limpias que refuerzan la soledad de los personajes, deformidades y movimientos enérgicos, como el de ráfagas de viento, pero domina la redondez de los contornos y los ojos grandes y tiernos. Por ello queda claro el objetivo de hablarle a un lector pequeño. Una propuesta osada con una estructura muy parecida a otro de mis libros favoritos de Ekaré, Tú no me vas a creer de Jaime Blume Sánchez e Irene Savino (Ekaré, 2013). Igual que en éste, aquí al final hay llegada y consuelo en brazos de mamá.
La reescritura es otra de las capas que da densidad a este libro. La historia está inspirada en el poema “El rey de los alisos” de J. W. Goethe.
5. La vida secreta de los números
Este modesto librito cuadrado, de 16.5 x 16.5 cm y tapa blanda, me voló la cabeza. Confirma que incluso en los catálogos que anteponen lo comercial sobre lo artístico, hay apuestas arriesgadas y editores defendiéndolas.
Valentina cuenta todo: marcas en el piso, puertas, carriles de autos, segundos en el reloj… pasos, sus pasos para volver a casa. Su madre le ha dicho por teléfono: “Te regresas en un minuto”. Ese primer uno transforma todo su recorrido, revienta como burbuja y se duplica. Ahora todo lo que ve es doble. Dos conejos, dos veces ella misma… Valentina no quiere ver así y, al desearlo, ahora todo es triple: tres hermanas, tres ventanas, tres osos. “Asustada, Valentina gritó a los tres vientos: “Por favor, ¡no más tres!”. Entonces, todo se volvió de cuatro en cuatro. Y así con el cinco, con personajes imposibles en espacios reconocibles pero alterados, como en un sueño psicodélico (con claras referencias a Alicia en el país de las maravillas). Pero Valentina no se va a otro mundo fantástico, es su mundo, el trayecto de un jardín botánico hasta su casa, su realidad trasmutada con su imaginación. Muchos lectores, principalmente chilenos, reconocerán edificios, parques, calles, ya que se van mostrando lugares emblemáticos de Santiago de Chile. Ello, y especialmente en estos momentos, le añade una lectura fuertemente política. Valentina ocupa y resignifica sus pasos en el espacio público. Para el resto de los lectores, la propuesta funciona también aunque no reconozcamos el nombre y apellido de los sitios, porque el discurso que importa a la experiencia de lectura es el de alterar la normalidad con la mente de la niña. Y estos autores consiguen transmitírnoslo.
En mi lista del año pasado identificaba como tendencia el viaje a los mundos interiores de niños y niñas. Este libro también entra en esa categoría y, sobre todo, podríamos decir que se inscribe en la larga tradición —fundacional en la LIJ y de vocación pedagógica— de libros de números, libros “para contar”. Pero rompe esa convención porque el tratamiento estético es complejo y bizarro, ambiguo y abierto a múltiples interpretaciones y no interesa realmente contar (no llega al 10). La historia da un giro. Una vez que Valentina entiende la lógica de multiplicación (que entre más desea que termine, la situación empeora, algo así como “cortar la cabeza a la Hydra”) abandona los intentos. Se queda en el cinco. Deja de contar, empieza a mirar y descubre la vida detrás de los números: colores, animales, sensaciones… la psicodelia aumenta, con un final muy reconfortante como en La reina de la noche y Tú no me vas a creer que recién mencionaba, y es además reconciliador, pues la mamá con la que finalmente llega ya no es la que por teléfono le exigió que llegara en un minuto, se ve más amorosa, como si ella misma hubiera reconsiderado su orden.
De una niña obsesiva, a un grado que pareciera que tiene aritmomanía o alguna condición especial, a una niña que respira el aire tibio de la ciudad y da un abrazo sin iniciar un nuevo conteo. Necesario decir que es una niña pequeña que regresa sola a casa, otra potente declaración de principios.
6. Cómbita
Casi no conozco proyectos de cómic para primeros lectores en Latinoamérica. En España soy seguidor de Mamut, el sello de cómic para pequeños de Bang Ediciones (de ellos incluí Barbosa el pirata. Viaje al revés en mi lista de 2017). En Colombia, lo está haciendo Rey Naranjo. Este año publicó su segundo original con la dupla de Óscar Pantoja y Jim Pluk. El primero, Tumaco (2014),contaba, sin palabras, la vida de un niño futbolista que llega a las grandes ligas. En Cómbita, igual silente, la protagonista es una niña ciclista que vive en el municipio colombiano que lleva ese nombre. Aunque “Cómbita”, nos dicen los editores en la contraportada, también es el nombre de la niña. En síntesis: la niña es el lugar, ella es Cómbita, una recurso metonímico para reforzar la identidad de un personaje (máximo ejemplo: Don Quijote de La Mancha).
Seremos testigos de su nacimiento, sus primeros pasos y sus muchos pedaleos. Al parecer, en su ciudad de subidas y bajadas todos se mueven en bici, así que pronto ella recibe una. Pero le cuesta mucho aprender, el terreno irregular y lleno de piedras no ayuda, cae muchas veces. ¿Aprenderá algún día? Un accidente doméstico la impulsa a montarse de nuevo para buscar ayuda. En el camino, luego de otra caída, tendrá un mágico encuentro con unos escarabajos que han estado cerca desde que nació. Ellos le darán el empujón que necesita.
La manera en que este hecho extraordinario rompe con el tono realista del cuento es un gran acierto, pues además de que resulta inesperado, aligera los acontecimientos y añade humor y asombro. El trabajo de secuencialidad, sostenido en máximo seis viñetas por página, es muy eficaz. Los autores consiguen relatar muchas cosas y emociones en poco tiempo, sin perdernos ni perder de vista a sus personajes. Las figuras sencillas en fondos de color sólido le dan total pregnancia a cada momento: el lector reconoce a golpe de vista quién, qué, cómo, dónde y cuándo, y avanza para seguir disfrutando la diversidad de composiciones y códigos que explora Jim Pluk.
Una entrañable biografía sobre dos ruedas que hará salir a los lectores, pondrá fantasear al pequeño con el día en que aprenda a andar en bici y hará recordar al mayor cómo fue cuando él aprendió, pues Cómbita se lee especialmente bien en tándem.
La propuesta de cómic para niños y niñas de Rey Naranjo se distingue además por su mirada contemporánea sobre la infancia al rescatar el carácter social de la literatura. Tanto Tumaco como Cómbita, semillero de futbolistas o ciclistas, son retratos reconocibles de un país y una reinvindicación de los paisajes rurales y sus héroes secundarios.
7. Tocarle el timbre al mar
Si tocas el timbre de este libro te abrirán la puerta dos poetas que crean cuando conversan. Uno en el Norte, otro en el Sur, cada uno en una orilla del mar. ¿Quién dice qué? ¿Cuál es cuál? “¿Cómo saber?”: Y el picaporte que baja / cuando la puerta se abre, / ¿avisará que llegaste / al que se fue tiempo atrás? No están preocupados porque sepamos quién inventa qué en una nota al pie de cada página o en el índice al final, no importa quién cree que la luna junta las dos mitades de la noche y quién que la luna es demasiado redonda / para lágrima, demasiado brillante / para huevo. Igual que los que platican en un café, les basta un saludo al principio del libro: Yo viajo a Buenos Aires con un loro en el hombro. / Quisiera conocer al perro de Cecilia que, según ella / le dicta los poemas desde abajo de su escritorio. // Yo viajo a Vic, cerca de Barcelona / cada vez que escribo las palabras de este libro. / Allá vive Germán, poeta pirata, / que cuida el pequeño tesoro de una librería. Y luego todo es variante.
Como en una buena conversación, hay escucha y habla equilibradas de ambas partes. Cada uno con su voz, por eso hay “Un cielo de regalo” y “Un regalo del cielo”, pero también sus voces juntas: intercalan estrofas, intercambian preguntan, se responden: uno escribe: En mi bolsillo llevo / la piedra gastada / que separa los mundos, otro dice en la página contigua: Me he llevado tu piedra (…) / Es que estaba soplando un viento horrible / y temí me arrastrara calle abajo / hacia el río…
A veces los convoca un mismo tema y cada uno lo traduce a su manera. Otras, habla cada cual de lo que más le importa, como la siesta o el frío. Pero siempre hay mucho juego y exploración; formas y temas clásicos desde perspectivas nuevas, sentido del humor, hondura y cercanía al universo infantil. Un volumen que me hizo ir a María Elena Walsh, Laura Devetach, José Sebastián Tallon, Javier Villafañe, Gloria Fuertes… y disfrutar igual.
El ritmo de la conversación también es fluido, lo marca en buena medida la ilustradora, Irene Singer.
Cada vez corroboro más lo difícil que es ilustrar un libro de poemas. La presión autoimpuesta o señalada por el editor de llenar la página o narrar algo de principio a fin o en micronarraciones, termina precisamente con una de las maravillas de la poesía: que nos invita a escuchar y ya, a mirar y ya, a sentir y ya, sin contarnos nada específico.
Singer se suma como una música de fondo, acuarela y lápices, creando atmósferas con texturas silenciosas, de papeles pintados y sobrepuestos, personajes que acompañan literalmente los versos y viven efímeramente, sin distraernos. Aporta una estructura basada en el color. Primero un verde agua, luego un rojo, un púrpura, un azul y otro verde, con paisajes de mar en cada transición. La primera sorpresa al leer este libro fue la colaboración, tan poco frecuente, y menos de esta forma, entre escritores. La segunda fue el trabajo de cohesión de Singer, pues aunque los poetas le tocan el timbre al mar, se van a muchos sitios más allá de éste. Es Singer quien cumple la promesa del título pues se queda en el agua, nos hace leer las palabras a través de su pecera.
Uno de esos libros que se releen y se releen. Creación y conversación para detonar más creaciones y conversaciones entre niños, niñas, jóvenes y mediadores. Tristemente este fue el último título que editó la oficina de SM en Argentina.
8. Migrantes / 9. Antonia va al río
Dos libros que parecen mellizos o gemelos fraternos, como las dos caras de una misma moneda. Ambos abordan en tono documental la crisis de migración en el mundo, con líneas argumentales idénticas: un grupo de personajes deja su hogar y se embarca en busca de otro, alguien muere o se pierde en el camino y hay un final que indica la llegada de un tiempo mejor. Ambos funcionan como álbumes silentes, aunque en Antonia va al río hay una sola palabra, dramáticamente esencial, la narración, como en Migrantes, sigue la lógica de cuadro por cuadro de los libros mudos.
Uno dibuja rasgos de identidad más globales y otro, rasgos más específicos, pero ambos consiguen universalidad y actualidad en lo que cuentan.
En 1883, Randolph Caldecott publicó A frog he would a-wooing go, uno de los primeros álbumes ilustrados de la historia de la LIJ. Tenía como protagonista a una rana muy victoriana que, en compañía de su amigo rata, va a visitar a una ratoncita (no sin antes pedirle permiso a su anciana madre). Animales con cuerpos humanos o humanos con cabeza de animal que comen y bailan hasta que los ataca un gato. Aunque su vestimenta y acciones nos hacen verlos frívolos y asociarlos a la candidez con la que se representaba la infancia en su época, fue un libro desafiante. Después de huir de la casa de la ratoncita, la simpática rana es devorada por un pato. Sospechamos que la rata y la ratoncita tienen un final similar entre las garras del gato.
El humor negro en los cuentos en verso era habitual en aquel entonces, pero el código es diferente aquí, Caldecott si nos hace sentir simpatía por la rana, así no dudo que mentes bienintencionadas lo consideraran poco adecuado para niños. Además, el libro introdujo otra innovación: una narración paralela sin palabras, una familia humana-humana descubre a los personajes y los empieza a seguir.
Migrantes de Issa Watanabe y Antonia va al río de Dipacho son los más recientes eslabones de la cadena a la que pertenece el libro de Caldecott. En Migrantes los animales con cuerpo humano perdieron la seguridad de un techo y una mesa servida y han debido huir. No sabemos de dónde y no sabemos hacia dónde van, sólo sabemos que andan y buscan. Son una suerte de personaje colectivo que se mueve como un cardumen, con una armonía visual casi coreográfica. Watannabe no busca innovar en el qué de su libro: título, historia y gestos son muy literales, anclan con acierto; su apuesta está en el cómo, y su cómo es el silencio, un silencio muy hondo que en algunas páginas eriza la piel, congela, como si presenciáramos una especie de danza fúnebre.
A la cadena de relaciones que propone todo libro bien explorado y meditado, se suman, al nexo con Caldecott y los animales victorianos, Emigrantes de Shaun Tan y El pato y la muerte de Wolf Erlbruch.
En Antonia va al río de Dipacho, no hay alegorías, las personas son personas y los animales, animales, un tratamiento más vanguardista según estudiosos como Perry Nodelman que han cuestionado la vigencia del uso antropomórfico de los animales en la LIJ y defendido un enfoque posthumanista.
Aquí, el título no llamará a un lector especialmente interesado en la crisis migratoria y eso por sí solo ya es también valioso. Por un lado, no usa la coyuntura y, por otro, puede agrandar el círculo de gente sensible al tema y “colarse”, con su apariencia inofensiva y simple, entre los elegidos por un padre sobreprotector.
Lo que sigue con la perrita Antonia es totalmente inesperado. Sobre un mismo horizonte, que se despliega en la cabeza del lector como una sola línea continua, como continua es la marcha, el autor ejecuta una sintaxis visual de acumulación de elementos con equilibrio y simetría. Una misma palabra dice un personaje, la grita tres veces: “¡Antonia!”. Antes y después: puro silencio en un escenario tropical reconocible, con una familia hecha de muchas, solidaria, y ese silencio y final impactante, que roba el aliento, pues, a diferencia de Migrantes no hay aquí un ritual de despedida.
Como sucede con los silencios profundos, estos libros extienden su silencio al terminar, inevitable seguir pensando en silencio. Luego la potencia de una conversación —que ya se escucha aquí y allá— que apunta a convertirlos en nuevos clásicos de la literatura infantil moderna.
10. Exiliaditas
Florencia Ordóñez, sobreviviente de la dictadura cívico-militar argentina, tuvo que dejar su casa para irse a otra ciudad a un océano de distancia, en España. Exiliaditas cuenta esa otra vida que de pronto comienza en otro sitio y fragmenta los afectos, recuerdos y sueños. Incluso a una edad temprana en la que apenas son brotes, pero han echado raíz y se experimentan profundamente.
Es Florencia y no, o es Florencia y más, porque no se trata de la transcripción de un recuerdo, hay una compleja reelaboración literaria, la creación de un personaje que es una niña particular y muchas exiliaditas y exiliditos más, resultado de la dictadura argentina y de tantas otras, que van acomodándose a las decisiones de los adultos e intentando hacerse escuchar entre mudanzas y silencios. Dos silencios: el que dejan sus propias dudas y el de las dudas de sus padres.
Pero el tono de Exiliaditas no es angustiante. Florencia no hace más hondo el vacío, al contrario, lo llena con la cotidianidad franca, irreverente y perspicaz de su personaje. Nos comparte en primera persona sus días en escuelas nuevas, los encuentros con vecinos nuevos, las nuevas rutinas con sus padres, noticias que les llegan desde Argentina, su formación política y la elaboración de un credo propio que incluye una oración al Che Guevara. La autora confirma que el humorismo puede ser más poderoso y crítico que el lamento, y nos vuelve cómplices instantáneamente de su protagonista. En su centro no está la trama del exilio sino la trama común de ser niño o niña: siempre en resistencia, entre lo dicho y lo callado, lo permitido y lo prohibido, los deseos de los mayores y su propio deseo; yendo y viniendo del país de los padres al país sin nombre que está construyendo para sí misma, en constante búsqueda de una ruta para cruzar la frontera hacia su propia libertad.
Quizá por eso es que esta niña pareciera entender mejor que los grandes la vida en el exilio, porque está acostumbrada a estar en tensión, en muchos lugares a la vez.
Igual de notable que el texto es la propuesta gráfica de Jimena González Gomeza, fotografías intervenidas y collages de técnicas mixtas que, en un juego de cerrar y abrir significados, dan más hondura al relato y nos hacen sentir testigos también del archivo biográfico familiar.
Cuando Florencia Ordóñez me compartió este proyecto, me encantó y acepté gustoso escribirle un prólogo. Extraje esta reseña de allí. Para leerlo completo, aquí.
11. Contracorriente
Anda de isla en isla leyendo mareas y cielos. Mira el río y las plantas; crecen como se les da la gana. Él les sigue la corriente.
Entiende la lengua de peces, insectos y coipos. Distingue el canto de los pájaros. Conversa con ellos.
Un hombre de río navega en un delta buscando trabajo, pero le cuesta, casi todos dicen: “No, no, no”. Hasta que una mujer, libro en mano, dice: “Sí”. Él la ayuda a abrir caminos, cortar matas, hacer una cerca. En las pausas comparten mate y pan y ella le lee en voz alta, le arrima palabras. A él le suenan como agua que baja. No sabe de qué río viene esa agua ni dónde va a desembocar. ¿Son cosas que ella inventa?
Esa noche el hombre tendrá un sueño que “pica”, que lo despierta. Intentará seguir como si nada, pero vendrán más palabras leídas por ella y más sueños arremolinándose, formando un temporal dentro y fuera suyo. Tendrá que averiguar qué le sucede.
Una historia conmovedora inspirada en el caso real de una bibliotecaria, Guillermina, que hace mediación en el delta del Río Paraná, en Argentina, y de Ángel, un isleño que aprendió a leer con ella (aquí la historia completa).
Como lo hace en su memorable trilogía, editada por Calibroscopio, Hay días (2012), Papá y yo, a veces (2013), Cuando estamos juntas (2016), Wernicke trata con calidez a sus personajes, los construye con palabras y trazos bien elegidos, usa mucho el silencio para que el lector termine de contar la intimidad que ella ha puesto en marcha.
En este libro controla las corrientes a favor y en contra de su personaje con maestría. De día, él fluye, trabaja, escucha, resiste a las dudas. De noche, las letras alteran el espacio simbólico del sueño y el espacio dibujado en la página, lo pican, taladran y muerden. Para cada verbo, un animal que lo conjuga: un mosquito, un pájaro carpintero, una yarará. Para cada paisaje diurno y rutinario, una metáfora nueva para otro verbo, leer: lluvia de semillas… abejas zumbando en el panal.
Cada noche vamos acercándonos más al refugio del hombre, en rojo oscuro, como su balsa. Cada día, va mostrándose más la casa o biblioteca de la mujer, ocre, como su ropa. En medio, un río como una página en blanco que conecta dos orillas, dos personas, una lectora y un futuro lector. Fascinará a todo el que haya enfrentado las corrientes en contra de ciertos cambios. En especial a los que lo hayan hecho con libros, por unir libros y gentes.
¿Y aprendería la bibliotecaria alguno de los lenguajes que el hombre sabía leer en la naturaleza? Exactamente ese planteamiento es abordado en otra novedad de este año La joven maestra y la gran serpiente de Irene Vasco y Juan Palomino (Editorial Juventud, 2019, España).
12. Serpiente, Espiral del tiempo
Más animales. Ahora para resaltar su carácter mítico. Una serpiente se desliza de una página a otra; a veces columna vertebral o río subterráneo, a veces se enrosca para formar una espiral o atraviesa las nubes cubierta de plumas. Maravilla. Las palabras de Ana Paula Ojeda y los trazos de Juan Palomino se leen como invocación y ofrenda. Honran a la serpiente y la llaman, con respeto; la hacen revivir, sagrada, como la creían y la creen todavía muchos pobladores originarios.
Hay tanto cuidado puesto en cada página que uno siente la necesidad de pasarlas lentamente, leer apenas susurrando: Yo existía antes de cualquier principio, cuando el mundo entero estaba quieto en una noche sin día. Yo rompí ese silencio. Soy la madre de los dioses, de las mujeres y los hombres, y de todo lo que alguna vez se llena de vida. Soy la madre de las selvas y de los campos, soy la que hace crecer cada hoja, germinar cada semilla.
Al leerla somos serpientes deslizándonos desde el principio de los tiempos. El efecto, además de asombro, provoca una cercanía necesaria: hemos empezado leyendo unas guardas que funcionan de prólogo informativo y allí hemos recordado que las serpientes están altamente amenazadas y en peligro de extinción. Vamos de lo científico a lo simbólico y así, ambos discursos se refuerzan. Después de las guardas de entrada leemos su historia, ella nos la cuenta, para terminar transformados en las guardas de salida que resumen diversos significados de la serpiente en cosmovisiones mesoamericanas. Una de las que expresa la prosa poética de Ojeda la mencioné ya en otra entrada este año sobre diversidad sexual y LIJ.
Esta cuarta entrega de la serie de animales mitológicos creada por Ojeda y Palomino ganó el Premio Antonio García Cubas 2019 que otorga el Instituto Nacional de Antropología e Historia al mejor libro y labor editorial del año, en categoría de obra juvenil.
13. Inés
En 1340, Inés de Castro viaja de Castilla a Coímbra, como doncella de Constanza Manuel de Villena, quien, vía matrimonio arreglado, empezará una vida al lado del príncipe Pedro de Portugal. Hay boda, pero no hay amor… El único amor que surge es entre Inés y Pedro. Cuando, años después, Constanza muere de parto, el padre de Pedro, el rey Alfonso IV, y otros miembros de su corte, hacen todo para impedir que Pedro e Inés se casen, hasta que finalmente manda a matar a Inés. Para entonces la pareja prohibida ya tenía cuatro hijos. Como venganza, un año después, cuando Pedro sucede a su padre en la corona, ordena que desentierren el cuerpo de Inés, la proclama reina y obliga a toda la corte a besar la mano de la reina muerta.
¿Convertir este hecho histórico, con aires de leyenda, en un libro infantil? Sí. A Roger Mello, el único Premio Hans Christian Andersen latinoamericano por ilustración, le pareció viable encarar semejante desafío en mancuerna con la ilustradora Mariana Massarani. ¿La ilustradora? Sí, Beatriz, la ilustradora brasileña. Aquí Mello participa sólo como escritor, con un texto extraordinario, difícil de encasillar.
Ya que la historia es compleja, Roger coloca una base segura que lo sitúa un paso más cerca del lector: una narradora en primera persona, niña; punto ganado en complicidad. Es un personaje secundario dentro del trágico romance pero fruto de este: la única hija de Inés y Pedro: Beatriz; punto en originalidad que renueva el interés en el hecho y redefine al destinatario.
¿Y cómo puede hablar esta niña? Primero, igual que cualquier otra niña o niño, incluidos los de hoy, desde el juego y el humor. Más que en sus acciones, ambos se manifiestan en el texto, principalmente a través del lenguaje y ritmo poéticos. Segundo, como una niña del medievo, una pequeña juglar que nos contará una historia (que se les escapó a Shakespeare).
Cuento en verso libre o prosa poética, la ecléctica voz narrativa es rica en figuras retóricas de repetición: “Curva de brisa, alga roja, pelea de pajarito”, y más adelante: “Pelea de brisa, curva de pajarito. Algo roja se puso Inés, mi madre”; incluye gestos metaliterarios, cambia de la primera a la segunda persona para dirigirse al lector: “¡Míralo llegando de cacería!” o introduce un voz en cursiva que podría ser la del escritor o lector que la cuestiona: “¿De la princesa Constanza? Sí, la esposa de mi papá. Ah, tu mamá. No, mi mamá era Inés“; utiliza alguna descripción más documental, casi en tono de crónica: “Aquí pueden ver el cuerpo de Inés seguido por un cortejo hacia Coimbra”; y no faltan las preguntas retóricas “¿Quién dijo que Pedro fue a cazar? ¿Yo?”.
Además, por si fuera poco, Roger integra un mosaico de voces más allá de Beatriz que: piensan en voz alta: “No sé por qué me casé con Constanza”, cuchichean: “Era con ella con quien estaba”, firman cartas: “Para siempre tuyo. Tuya para siempre”, reclaman: “¿Pero ustedes me amenazan frente a los hijos de su rey?” y entrevistan: “Su Majestad, ¿cuándo fue su matrimonio?”
Mariana Massarani da vida a esta riqueza de recursos literarios. Los personajes que dibuja son adorables y divertidos, miran y sonríen traviesamente, se antoja verlos en una serie animada. Sus siluetas dibujadas a lápiz, a veces coloreadas con tinta acrílica, resaltan sobre los fondos de color sólido que cambian de forma impredecible pero armónica de una página a otra. Ello añade dinamismo. Aunque también dibuja a los personajes sobre paisajes naturales (en el campo, a la orilla de un río) o en el interior de alguna habitación secreta. Las exploraciones lúdicas hacen una pausa en la escena del asesinato de Inés que no oculta la sangre ni el impacto de los hijos testigos. Su contundencia saca a la luz la lectura política, de denuncia feminista, que puede tener el libro.
Y entre tanto y con el peso de una historia como la de Inés De Castro, Mello y Massarani no pierden de vista a su nueva protagonista, Beatriz, que encuentra espacios para ser y decir quién es, “escondida en medio de otras cosas”, pero presente, muy viva, de principio a fin.
Este libro fue publicado por primera vez en 2015 en Brasil por Companhia das letras y ganó premios como el del Libro Infantil del año de la Academia Brasileña de Letras y el Jabuti en la categoría Infantil y fue seleccionado en la lista The White Ravens 2016. Fortuna que Cataplum lo haya editado en Colombia. Se volverá un favorito entre sus favoritos.
14. Ahí
Este libro es un disparo que da en el blanco. No sobra nada en los enunciados, pero, deliberadamente, algo falta en cada imagen. Es el hueco que deja la palabra disparada con precisión. Imágenes incompletas, inestables, en blanco y negro, Ilustran literalmente al texto pero lo hacen más inquietante, porque no terminan de revelarse o son una suerte de negativo fotográfico.
Aunque se editó en 2016, decidí incluirlo en esta lista porque lo encontré excepcional. Me sorprendió, además, leer que su autor era Claudio Aguilera, a quien conocemos por su trabajo como curador, especialista en LIJ, estudioso de la ilustración, pero de quien desconocía su veta literaria.
Ahí cuenta la costumbre de salir a cazar pájaros de un padre y su hijo. Ahí están, hay que dispararles, ¿dónde?, el hijo no los ve nunca. Ahí, ahí, ahí, en el tiempo del padre, en la mirada siempre ajena del otro, en ese territorio inasible que no está aquí, que es justo ahí, en un lugar dictado, dictatorial en este caso. Hasta que un día el hijo dice que ve un mirlo. Miente, inventa una especie de pájaro imposible. El padre lo presiona para que le dispare una y otra vez. Él no quiere, desea fallar…
La ambigüedad del final sugiere una venganza hacia el padre, por los años de opresión, o quizá la vindicación de un espacio de ficción propio… ahí mismo, en el libro.
Su padre le enseñó dos cosas: / a inventar pájaros y a dispararles. // Caminaba delante. / Apuntaba con el dedo. / Un chincol. / Una torcaza. / Un zorzal. / Un martín pescador. // El niño veía el reflejo del sol en una ventana. / Una bolsa moviéndose en el aire. / Un volantín deshilachado. / Nunca veía pájaros. // —Sigue mi dedo —le decía. / El niño dibujaba una larga línea / a través de los árboles, / sobre el río, / entre los techos. / Al final de la línea sólo encontraba / la decepción de su padre. / Una y otra vez.
Este libro da en el blanco, una y otra vez.
15. Kitsunebi, fuego de zorro
Uno de los signos distintivos de la cultura juvenil actual es cuánto les interesa Japón: música, anime, manga, artes marciales, videojuegos, gastronomía, moda y filosofías varias ganan cada vez más seguidores.
La atracción particular que ha ejercido el Lejano Oriente a los artistas de Occidente es bien conocida. Ha ido y venido a través de los siglos, pero no desaparece. En Latinoamérica, desde hace más de una década, algunas escritoras empezaron a incluir relatos inspirados en la cultura japonesa en su repertorio de cuentos de hadas: Marina Colasanti en relatos como “La dama del abanico” (Entre la espada y la rosa, Babel Libros, 2007), Iris Rivera con Haikú, (Calibroscopio, 2010) y María Teresa Andruetto con Solgo (Edelvives, 2012) son algunos ejemplos.
Más recientemente una nuevo conjunto de escritoras vuelve a mostrar interés desde géneros muy distintos: Paula Bombara con la novela Dos pequeñas gatas japonesas (Norma, 2018), María José Ferrada con el libro de poesía y de didáctica del haikú Mi cuaderno de Haikús (Amanuta, 2018), Arianna Squilonni con el álbum poético El viaje del calígrafo (Juventud, 2019) y María García Esperón con sus reescrituras en Diccionario de Mitos de Asia (El Naranjo, 2019).
Con Kitsunebi, fuego de zorro, bello desde el título, Martha Riva Palacio Obón se suma a esta nueva ola y añade un género: el haibún, un tipo de texto que mezcla la prosa y el haikú. Pero sus temas no son los viajes, como en Matsuo Basho, pionero de esta clase de composiciones literarias, Martha abreva de la tradición oral y el folclore japonés para contar historias de amor fantasmagóricas y sobrenaturales, con niños que dibujan gatos devoradores de demonios, samurais enamorados de ánimas, jóvenes guerreras y monjes que vencen monstruos, una hija que ve el reflejo de su madre muerta en un espejo de bronce y hasta la vida soñada o vivida por un joven en un doblez en el tiempo.
Siete cuentos breves que aparecen y desaparecen como esquivos espectros que dejarán grabadas sus siluetas y sus voces en la mente de los lectores. Gracias también a las ilustraciones. La sincronía entre texto e imagen es tal que parecieran hechas por la misma persona.
No es habitual que esta colección juvenil —mi favorita de México— sea tan ilustrada. Tres ilustraciones por cuento, a dos tintas, suben el volumen de suspenso y terror en cada relato. Las imágenes de Sekkur tienen una textura de bruma o seda oscura que hace muy luminosos los blancos y aprovecha especialmente bien el papel económico de los interiores. Sorprende que sea el primer libro que ilustra este autor.
En una nota final Martha nos da más pistas para encender el fuego de zorro y seguir leyendo. Aunque no esté mencionado como una de sus referencias, a mí me hizo querer volver a esa obra maestra que son los Cuentos orientales de Marguerite Yourcenar. Sin duda un buen libro, conduce a otros.
[Puedes revisar la nota original en el blog linternas y bosques: https://linternasybosques.wordpress.com/2020/01/04/las-linternas-los-mejores-libros-ilustrados-que-lei-en-2019/ ]