Las crónicas del autor argentino tienen un ritmo lento. Son sobre elementos cotidianos, para muchos intrascendentes, y escritos desde una mirada muy personal. Aunque Mairal es desconocido en Chile, ya tiene toda una trayectoria en Argentina, donde se inserta dentro de una tradición de cronistas. Por: Nelson Valdés.

En el prólogo a un libro de Sarah Hirschman, el escritor Ricardo Piglia dice: “Un día en la vida de cualquiera de nosotros está hecho también de las historias que contamos y nos cuentan”, haciendo referencia al hecho de que la narración es un proceso inherente al ser humano, que nos acompaña desde tiempos primitivos, como en aquellas reuniones entre familias alrededor de una fogata, donde los más ancianos transmitían su sabiduría al resto de la población. Estas historias aparecen en lo cotidiano, cada vez que socializamos con nuestros pares, y están también en las crónicas que nos muestran un mundo como el que vemos a diario.

Es lo que hizo Roberto Arlt en sus Aguafuertes porteñas, donde en cada crónica toma como punto de partida un hecho cotidiano, como la carta de un lector o algo que le ocurrió en la calle. O incluso cuando tiene que completar una nota y no se le ocurre la forma de continuar y con toda honestidad plantea que “podía haber tomado el argumento de otro asunto; por ejemplo, ¿qué ejemplo…? Ahora me explico por qué mi Director siempre me dice: -Dejá nota adelantada Arlt”. El mismo camino es el que sigue otro escritor argentino, Pedro Mairal, quien publica El subrayador con una selección de columnas escritas para el diario Perfil. Es su primer libro publicado en Chile, aunque ya tiene una vasta trayectoria, tanto en poesía como en novela.

Mairal elige los temas de sus columnas con la misma soltura que Arlt, con esa informalidad del día a día, tal vez porque “Al final lo que importa es la lengua que usa la gente para escribir en las paredes del baño, la lengua que usa para amar, para reírse, para insultar”. Habla de lo que ve, de lo que recuerda, de cosas que parece que se le ocurren en el momento; inventa historias que se desarrollan en dos páginas, como si con eso fuera suficiente, como un guiño borgeano hacia el género del cuento y es que, como el mismo Mairal plantea: “Si uno diluye un buen poema en un litro de agua consigue un cuento regular. Si uno diluye ese cuento en diez litros de agua, consigue una novela innecesaria”.

Hay cierto orden dentro de la diversidad de temas que toca, que pueden ir desde el fútbol a lo que pasa mientras se anda en colectivo, en auto o cargando la bencina (en donde recuerda incluso la muerte de Spinetta), de las vacaciones o del campo, y en todos ellos parece que se va posando el azar, porque, de manera muy certera, para él “desde el punto de vista cinematográfico, el azar lo hace todo muy bien. Es el mejor guionista, el mejor director”.

Pero quizás, por sobre todo, es un libro de trayectos. Como dice Alejandro Zambra en el prólogo “El subrayador es un libro sobre alguien a quien se le ocurren poemas en el colectivo y cuentos cuando anda en taxi, alguien que quizás hacia el final de alguna caminata arma estas columnas susurrantes y medio milagrosas”. Un libro de alguien que pasa por la vida, un transeúnte que va dejando las palabras como fotografías en un álbum familiar; eso es, un álbum de historias y de palabras, no de cuerpos, ya que “El cuerpo, en la carrera de un escritor, sirve solo para posar de vez en cuando en las fotos de prensa”.