Con más de un centenar de libros, algunos ilustrados por ella, Christine Nöstlinger es una de las autoras en lengua alemana más leídas de la literatura infantil y juvenil. Ganadora del Premio Andersen en 1984 y el Memorial Astrid Lindgren el 2002, su obra ha sido traducida a más de 30 idiomas.

Por Astrid Donoso.

Lo que vivimos durante nuestra infancia nos marca. Bien sabemos que eso nos pasa a todos en esos años de aprendizaje, formación y descubrimientos. Pero crecer durante una guerra y constreñida a la dureza del fascismo fue especialmente clave en la historia y la obra de la escritora Christine Nöstlinger.  

Un 13 de octubre de 1936 nace en Viena de una madre profesora y un padre relojero. Eran tiempos difíciles y dada la cesantía, creció en un barrio de clase obrera junto a sus abuelos y su hermana Lisl. Christine tenía dos años cuando Hitler llega al poder, tres cuando comienza la Segunda Guerra Mundial. Todo esto da un vuelco en su vida, pues no solo implicó una Austria invadida por los nazis, sino que significó que su padre debiera partir a la guerra, destinado a Polonia en 1939. Muy apegada a él, su ausencia caló hondo en la inquieta niña.

Algo clave para entender la vida y los libros que pronto escribirá es que su formación en casa es particular, muy distinta a la tradicional de la época muchísimo más rígida y que normalizaba los castigos físicos. Su familia no creía en esto y era usual las conversaciones políticas, algo que en época de persecución era un peligro constante. De niña aprendió a guardar silencio en las clases mientras la profesora les hablaba de las bondades del nuevo régimen nazi, mientras en su hogar los ideales eran socialistas. A esto se suma la negativa de su madre de apoyar la educación del nuevo gobierno en el jardín infantil donde trabajaba, algo que significó enfrentarse a interrogatorios de la temida Gestapo y una jubilación anticipada. Estos ideales, esa intensa infancia, son parte esencial de lo que nutre toda su extensa obra.  A la vez, en el discurso dado el 2003, señaló que no se vinculaba realmente con el término de una “infancia feliz” y que solo podía decir que durante su infancia tuvo los momentos más intensos de felicidad, así como los más triste que pudo conocer.  

Créditos: The New York Times.

El comienzo

Christine se había destacado en el colegio por sus habilidades para ilustrar y dibujar, por lo cual decide ingresar a la academia de arte a estudiar diseño gráfico. Eran años de formación y mucha lectura, entre los cuales se cuentan sus favoritos: Bertolt Brecht, Joachim Ringelnatz y Erich Kästner, con toda la carga de sátira, humor y crítica social de estos tres autores. Sea en novelas, teatro o cuentos infantiles, estos tres escritores permiten darnos cuenta de la forma en que ella leía el mundo y cómo luego ella misma escribiría. 

Tras dos años, decide abandonar sus estudios aludiendo a su falta de talento. Entonces la vida da un nuevo vuelco y comienza a trabajar en un periódico en Viena, se casa y queda embarazada. Pero la pequeña solo sobrevive unos pocos días. Christine tiene solo 21 años. Pronto nacería su hija Barbara, pero sobreviene el divorcio, que la devuelve a casa de sus padres. Y la historia se repite: se enamora, queda nuevamente embarazada y comienza una vida como dueña de casa que no la satisface, porque sabe que sus ansias de crear siguen intactas desde que abandonó la carrera. A esto se suma las tremendas transformaciones sociales que se vivían pues eran los años sesenta, con la llamada tercera ola del feminismo, donde tanto las estructuras tradicionales como los roles eran cuestionados y subvertidos. 

La autora se toma la niñez y los niños y jóvenes muy en serio, y les habla entendiendo que es especialmente en la niñez cuando se hacen las grandes preguntas sobre lo esencial, algo que aún hoy solemos olvidar.

Aburrida de una vida que parecía estar destinada solo a la maternidad y a lo doméstico, vuelve a dibujar y comienza a escribir con el fin de poder sobrellevar la monotonía. Es entonces que nace su primer libro: Federica la pelirroja, el que hoy es considerado un clásico y que de alguna forma nos recuerda a otra gran protagonista infantil de cabellos rojos, Pippi Calzaslargas, de Astrid Lindgren. Con sus propias ilustraciones, la historia retrata a Federica, quien se ve enfrentada a la violencia de sus pares, a la discriminación por su pelo encendido y sus kilos de más.  Y toda esa historia de exclusión es narrada tal cual como es vivida por una niña, con el recuerdo intacto de lo que significa ser menor en un mundo hostil, y toda la incomprensión y soledad que puede conllevar la propia infancia. Incluso las más felices. El libro se convierte en un éxito inmediato. Luego publica Los chicos del sótano mágico que gana el Deutscher Jugendbuchpreis, premio al mejor libro juvenil publicado en Alemania y, tras este, una seguidilla de grandes éxitos que suman más de cien relatos, muchos de los cuales son hoy una lectura imprescindible. 

Mejor hablar de ciertas cosas

Muchas veces se piensa que, por tratarse de libros infantiles o dirigidos a jóvenes, hay temas que están vetados. Que no pueden ser tratados o que son muy difíciles de ser abordados. Pensando así, quedan historias sin escribirse, preguntas sin posibles respuestas, reflexiones sin ser compartidas. Christine Nöstlinger fue, por el contrario, una autora que se detuvo en diversos tópicos que parecían estar ajenos a la literatura para la infancia. Hay un interés en toda su extensa obra en invitar a la reflexión, a no subestimar a sus lectores, sean de la edad que sean, una apuesta por ser capaz de reflejar también a diversos personajes con sus propias cavilaciones. La autora se toma la niñez y los niños y jóvenes muy en serio, y les habla entendiendo que es especialmente en la niñez cuando se hacen las grandes preguntas sobre lo esencial, algo que aún hoy solemos olvidar.

En su obra podemos encontrar temas políticos, los que están sutilmente incorporados, jamás con un afán adoctrinador, y siempre con el fin de hacer pensar, de motivarnos a darnos cuenta de una situación y hacer visible aquello que quizás no vemos o damos por sentado. No es de extrañar esta habilidad de introducir tópicos que podrían parecer complicados con perspicacia y muchísima gracia, pues si consideramos su infancia, bien sabemos que desde pequeña supo sortear el vivir en un mundo complicado donde algunas cosas era mejor no decirlas. Pero por, sobre todo, aprendió a cuestionar y a pensar libremente, a tener sus propias ideas en la cabeza, y esto es lo que invita a los lectores a hacer. 

A esta veta política, se suma el espacio para abordar con naturalidad la sexualidad juvenil en sus relatos, tanto en sus jóvenes protagonistas como también en los adultos, algo que a muchos de sus contemporáneos les pareció inadecuado. Aún hoy, en pleno siglo XXI, nos sorprende cómo el feminismo, el erotismo y las relaciones amorosas entre chicos y chicas están tan abiertamente presentes como parte de la vida. ¿No es acaso que nos hemos mal acostumbrado al pensar que ciertos temas están reservados a la vida adulta (si es que eso existe) como si ese aspecto de nuestra existencia solo llegara con la mayoría de edad?

Sus libros desbordan humor y sustancia, con diálogos cercanos y un lenguaje sencillo, pero que va develando capas de complejidad, como sucede en la vida. Personajes vivos con motivaciones y pensamientos intensos, muchas veces con el constante sentimiento de la incomprensión que va aparejado en los tiempos de tiempos de formación y crecimiento. Hay poca fantasía en sus relatos, simplemente porque el verdadero escenario es la vida, esta que vivimos, con todos sus vericuetos, con sus dramas y problemas. Grandes y pequeños dilemas de todos los días.

Christine Nöstlinger. Créditos: christine-noestlinger.at